domingo, mayo 11, 2008

Fragmentos del 1361 al 1380

En cuanto que buscamos el sentido de la vida más allá de ella misma, adquiere al instante otro carácter. Esta búsqueda, por sí misma, es de índole religiosa, incluso aunque la emprendamos sin ninguna segunda intención teológica.

1361 (Pág. 167 – 1)

Me acuerdo de repente de la tortuosa pasión que sentí en el Liceo por una muchacha cualquiera de la burguesía de Sibiu. Se llamaba Cella. Durante dos años pensé a cada instante en ella, sin haberla hablado una sóla vez. Esa timidez adolescente jugó en mi desarrollo posterior un papel determinante. ¡Sufrimientos útiles quizá, locura sin nombre! Recuerdo una tarde de domingo en el bosque cercano a Sibiu. Estaba con mi hermano, leyendo a Shakespeare (¿cuál de sus obras...?, no me acuerdo). De pronto, veo a Cella pasar en compañía de uno de mis compañeros de clase, el más despreciable y el más detestado de todos. A más de treinta y cinco años de distancia, todavía puedo recordar el suplicio y la vergüenza que entonces sentí.
Le llamábamos el Piojo.

1362 (Pág. 167 – 2)

¿Pero qué es lo que me motiva realmente? Quiero la gloria..., sin moverme, sin tener que manifestarme en modo alguno. Una gloria que descendiera sobre mí como un milagro.

1363 (Pág. 167 – 3)

Me hubiera gustado pertenecer a un pueblo triste o, al menos, a uno de los que poseen una música lánguida o desgarradora: el fado, el tango, los lamentos árabes, húngaros...

1364 (Pág. 167 – 4)

Vivimos en la medida en que concedemos una importancia desproporcionada a todos los actos de nuestra vida; en el momento en que percibimos el valor exacto de nuestros actos seguimos viviendo, pero hemos dejado de estar vivos.

1365 (Pág. 167 – 5)

“En los vicios ardientes descubrimos esa otra cara oculta de la luna que nunca mira hacia nosotros” (Rozanov).

1366 (Pág. 167 – 6)

Escribir un artículo sobre los libros de consuelo. Y otro sobre... la cólera.

1367 (Pág. 167 – 7)

A veces soy presa de una pasión repentina y mórbida por la música.

1368 (Pág. 167 – 8)

Leo en un libro sobre Daniel Defoe : “Entre otras cosas mercero, panfletario, agente del fisco, controlador de loterias, sereno, consejero secreto del rey, periodista, soplón de la policía -lo que le llevó a la picota-, dos veces caído en bancarrota, otras tres veces en prisión, a la postre inventó un tipo de estafa muy original: la novela moderna”.

1369 (Pág. 167 – 9) (Pág. 168 – 1)

Para aquellos que viven en una desolación crónica, la pena más nimia adquiere proporciones desmesuradas. Pero, ¿qué sucede cuando la pena realmente es desmesurada?

1370 (Pág. 168 – 2)

Todas las veces que hago un gesto en flagrante contradicción con mis ideas, primeramente siento una ligera voluptiosidad, después viene el disgusto.

1371 (Pág. 168 – 3)

No mejoramos al envejecer, únicamente aprendemos a camuflar nuestras vergüenzas.

1372 (Pág. 168 – 4)

¡Es extraño lo de perseverar en escribir cuando no se milita en nada, ni se asume misión alguna y no se conservan más que retazos de convicciones y creencias!

1373 (Pág. 168 – 5)

He nacido para dar consejos de sabio..., y para reaccionar como un loco.

1374 (Pág. 168 – 6)

“Vivir y morir desconocido”..., esta conclusión a la que llegó Voltaire, el hombre más célebre de su época, dice mucho sobre la esencia de la gloria.
Pero un hombre que ha sido conocido nunca podrá resisgnarse a no serlo : para sustraerse al veneno de la gloria es precisa una auténtica mutación..., un milagro, ni más, ni menos.

1375 (Pág. 168 – 7)

En el momento en que alguien me habla de las élites sé que me encuentro en presencia de un cretino.

1376 (Pág. 168 – 8)

Como remedio frente a la “vanagloria”, Ignacio de Loyola propone devolverle a Dios todo el bien que se haya hecho, y dejarle así el mérito en exclusiva. ¿Pero que hará el no-creyente, sobre quién se desprenderá de sus ventajas?

1377 (Pág. 168 – 9)

En mi feliz infancia he conocído crísis de soledad y de melancolía cuyo recuerdo, perdido desde hacía mucho tiempo, se anima de golpe y revive a medida que voy madurando y conozco esos momentos en que los años desaparecen de repente y, en su lugar, surge la tristeza de mis comienzos.

1378 (Pág. 168 – 10)

¡Si se pudiera describir con detalle como se produce en el alma la separación con Dios!

1379 (Pág. 169 – 1)

¡No puedo más, no puedo más!

1380 (Pág. 169 – 2)

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