sábado, octubre 24, 2009

Fragmentos del 1821 al 1840

Primer deber de cada uno, al levantarse: ruborizarse de sí mismo.

1821 (Pág. 215 – 7)

Si el perro es el más despreciable de los animales es porque el hombre se conoce lo suficiente como para poder apreciar un compañero que le resulta tan fiel.

1822 (Pág. 215 – 8)

Soy como esas viejas maniáticas que ven en todo desconocido un asesino.

1823 (Pág. 215 – 9)

El reino de lo inesencial.

1824 (Pág. 215 – 10)

Las cosas como son: todos mis pensamientos existen en función de mis miserias. Si he comprendido ciertas cosas, el mérito hay que situarlo únicamente sobre las lagunas de mi salud.

1825 (Pág. 215 – 11)

Las cartas de Simone Weil dirigidas al padre Perrin, escritas durante la guerra y publicadas en Attente de Dieu (Espera de Dios)…, pocas veces he leido algo tan fuerte referido al grado de exigencia absoluta con uno mismo. El respeto a la Verdad tiende a lo trágico.

1826 (Pág. 215 – 12)

¿A qué rezarle en el fondo de este universo marchito?

1827 (Pág. 215 – 13)

Esta angustia que se nutre a sí misma. Cualquier pretexto le vale para inflarse, para exasperarse. Saber que no obedece a ninguna “razón”, y que por tanto hay que someterse y seguir sufriéndola. No puedo dominarla, emana de todos mis desfallecimientos, de una debilidad que habría que calificar de ontológica…

1828 (Pág. 215 – 14) (Pág. 216 – 1)

En la medida de lo posible, huir como de la peste de las palabras “infinito” y “eternidad”.

1829 (Pág. 216 – 2)

Pueblo malhumorado y deshonesto…

1830 (Pág. 216 – 3)

Todo trabajo en profundidad supone cierto gusto por lo reprimido.

1831 (Pág. 216 – 4)

Esos días en los que la menor contrariedad me sume en una depresión total de la cual me resulta imposible deshacerme y que me deja la impresión de que jamás acabará, que me sobrevivirá incluso.

1832 (Pág. 216 – 5)

Nada me gusta más en Calígula que la orden dada a sus guardias de imponer el silencio absoluto en los establos la noche precedente a los espectáculos circenses de su caballo.

1833 (Pág. 216 – 6)

El discurso de Otón antes de matarse. Rehúsa quejarse o acusar, pues, según dice, “ocuparse de los dioses o de los hombres es señal de querer seguir vivo”.

1834 (Pág. 216 – 7)

17 marzo 1964.
¡De repente, un recuerdo muy preciso de mi pequeña habitación de la Schumannstrasse en Berlin, cuando tenía treinta años! ¡Lo cabreado que estuve en aquélla época! Nunca he conocido después una soledad más opresiva.

1835 (Pág. 216 – 8)

Heidegger y Céline…, dos esclavos de su lenguaje, hasta el punto que para ellos liberarse de él equivaldría a desaparecer. Esclavizarse del estilo propio, algo así como entre una necesidad, un juego, y una impostura. ¿Cómo desenredar la parte de cada uno de estos elementos? Se diría que el fenómeno primordial es la necesidad. Es lo que absuelve a los maniáticos de su lenguaje.

1836 (Pág. 216 – 9)

L. Muerto de tuberculósis en 1942 o 1943. Durante la ofensiva alemana de 1940, recuerdo que vino a verme al hotel, a mi habitación donde se encontraban de visita dos estudiantes rumanos, no recuerdo quiénes. Tuve que ausentarme durante media hora. A mi regreso, los estudiantes se habían ido, y quedé a solas con L., que me dijo: “Tus compatriotas son gilipollas…, sí, gilipollas. ¡Les gusta Francia!”
L. tenía tal pánico a ser movilizado que deseaba una derrota rápida. No he conocido por tanto nadie más francés, en el buen sentido del término, que él.

1837 (Pág. 216 – 10) (Pág. 217 – 1)

La pasión por la música es en sí misma una confesión. Nos sentimos más cercanos a un desconocido que se dedica a ella que a cualquiera que le resulte indiferente y que veamos a diario.

1838 (Pág. 217 – 2)

El masoquismo alemán es intolerable. Ayer noche, conferencia de Hans M. Enzensberger. De creerle, sólo los alemanes han cometido crímenes durante la última guerra.
Este pueblo no puede ser más que arrogante o plano, provocador o cobarde.

1839 (Pág. 217 – 3)

Cada uno cree que sólo él persigue la verdad, y que los demás son incapaces de buscarla y no merecen encontrarla.

1840 (Pág. 217 – 4)

martes, agosto 18, 2009

Fragmentos del 1801 al 1820

Lo que más nos gusta en París (*) es asistir a la caída de un hombre.

(*) ¿Porqué sólo en París? He aquí una de las características fundamentales de la naturaleza humana.

1801 (Pág. 213 – 4)

Nadie es modesto, porque nada se hace modestamente. El orgullo de la derrota.
Sobre su frente llevaba los estigmas del éxito.

1802 (Pág. 213 – 5)

Vergüenza, vergüenza, vergüenza. Disputa con un comerciante, a propósito de una bombona de butano. Le amenazo, me enfurezco de tal forma que no puedo gesticular palabra, grito, tiemblo. Y tan desatado estoy que ni alcanzo a contemplarme, a “ser consciente” de mi estado, contrariamente a lo que me sucede en mis cóleras habituales, en las que me veo salirme con la mía.
Pero bien sé lo que me ha puesto fuera de mí: ese comerciante al que detesto desde hace mucho, aunque no me lo haya topado más que tres o cuatro veces en total, a ese comerciante, le noté contento de no darme la razón.

1803 (Pág. 213 – 6)

La desaparición de los animales, mejor dicho su liquidación, es un acto de una gravedad sin precedentes. Su verdugo ha invadido literalmente el paisaje. Ya no hay sitio más que para él. ¡Qué tristeza ver a un hombre ahí donde podría contemplarse a un caballo!

1804 (Pág. 213 – 7)

Si los aztecas practicaron el sacrificio humano fue para apaciguar a los dioses, a los que se ofrecía sangre a fin de que impidieran que el universo se sumergiera en el caos.
¡Estos precolombinos, creyendo con razón que era necesaria una operación contra natura, repetida a diario, para que la naturaleza no se dislocara y viniera abajo!
…En lo que a mí respecta, no puedo creer en las “leyes”; el universo no subsiste más que por una intervención sobrenatural. Llega el final de un período cósmico, y esa intervención, una vez concluída, el mundo se deshace en el acto.

1805 (Pág. 214 – 1)

Ahogado en el fracaso…

1806 (Pág. 214 – 2)

Una religión no está viva más que durante la elaboración de sus dogmas. No se cree realmente hasta mucho tiempo después de se ignore en qué se debe creer exactamente.

1807 (Pág. 214 – 3)

La injusticia…, asentamiento del mundo. La injusticia es la base de este mundo. Sin ella, me pregunto que habría de sólido y duradero aquí abajo.

1808 (Pág. 214 – 4)

La amargura de las entrañas.

1809 (Pág. 214 – 5)

Hace falta mucho coraje para hacer frente a la primavera.

1810 (Pág. 214 – 6)

Me siento extraordinariamente cercano al byronismo ruso, desde Petchorine a Stavroguine.

1811 (Pág. 214 – 7)

He escrito a Armel Guerne, a propósito de La caída en el tiempo: “Mis dudas no han podido deberse a mis automatismos. Sigo ejecutando gestos a los cuales me es imposible adherirme. El drama de esta insinceridad impregna el fondo mismo de mi opúsculo”.

1812 (Pág. 214 – 8)

En París, suelto gemidos tan gratuitos como los de mis paisanos en mi país. Esos suspiros milenarios, esos suspiros de siempre.

1813 (Pág. 214 – 9)

El aciago demiurgo
Este mundo no puede ser obra más que de un demiurgo sospechoso, e incluso aciago.

1814 (Pág. 214 – 10)

“A finales del siglo XII algunos partidarios del dualismo moderado en Italia creían que tras haber dado forma a Eva, el mismo demonio se acostó con ella, y que Caín fue el hijo de ambos; de esa misma sangre nacieron los perros, cuya cariñosa fidelidad hacia los hombres viene a probar su orígen humano. .” (C. Smidt, Historia y doctrina de la secta de los Cátaros o Albigenses, Paris, 1849, T. II, p. 69).

1815 (Pág. 214 – 10) (Pág. 215 – 1)

Según un escrito maniqueo, la cólera es la raíz del arbol de la muerte.

1816 (Pág. 215 – 2)

Nadie más apto que yo para comprender los cimientos de la maldición.

1817 (Pág. 215 – 3)

Las abdicaciones del cerebro.

1818 (Pág. 215 – 4)

No soy el mártir de una causa, soy el mártir del ser.
El puro hecho de ser como factor de sufrimiento.

1819 (Pág. 215 – 5)

¿De qué sufrís? – De estar aquí o allá, de estar no importa dónde.

1820 (Pág. 215 – 6)

sábado, junio 06, 2009

Fragmentos del 1781 al 1800

Situarse fuera de los propios méritos, como espectador de uno mismo.

1781 (Pág. 211 – 3)

“El sauce pinta el viento
sin necesidad de pincel”
(Saryu)

1782 (Pág. 211 – 4)

Ayer noche, en la iglesia de San Roque, El Mesias. Dos horas de júbilo. Ahora siento vergüenza de todos esos años en los que estuve deprimido. Es cierto que lo conseguía sin apenas esfuerzo (y cada uno de los días), mientras que ese otro estado de gloria..., en rigor, podrían contarse las veces que lo he conocido verdaderamente. Aunque bien es cierto que en esos momentos era el Amo del Mundo.

1783 (Pág. 211 – 5)

“En medio de vuestras ocupaciones más agitadas, detenéos un instante para “contemplar” vuestro espíritu”.
Así reza el octavo precepto (hay diez) de la práctica zen según la Escuela de Tsao-tung.

1784 (Pág. 211 – 6)

“Se sueña para no verse obligado a despertar, porque se desea dormir”. (Freud, Cartas a Wilhelm Fliess, p. 251).

1785 (Pág. 211 – 7)

Aparte un breve “esplendor” durante la publicación del Breviario de podredumbre, no he conocido más que oscuridad: ¿realmente me apena? A veces me lo pregunto.

1786 (Pág. 211 – 8)

La melancolia de ser comprendido…, no hay nada más grande para un escritor.

1787 (Pág. 211 – 9)

Mis ataques de angustia: no puedo escapar de ellos más que saliendo…, la calle como remedio. Quedándome entre cuatro paredes es imposible atajarlos.
Ninguna crísis profunda carece de su trasfondo fisiológico y metafísico a la vez.

1788 (Pág. 211 – 10)

1 marzo 1964. Después de poco más de un año he ido a ver dos películas terribles: Mi lucha y Los animales. Este última, apta para todos los públicos…, aunque debería estar prohibida para todo el mundo salvo para los asesinos y los “pesimistas”. La “vida” es peor que cuanto podamos imaginar: una pesadilla permanente. Todos los seres tiemblan, hasta los leones. Horrible, horrible…
La piedad, lo mejor de lo que se imaginó.

1789 (Pág. 212 – 1)

2 marzo. La película ésa de Los animales otra vez. He pensado en ella esta noche, al levantarme, por la mañana de nuevo. Ese espectáculo sobre bestias destruyéndose las unas a las otras, cuando no de depredadores que devoran restos, nada de nuevo en suma, lo sabido. Pero es que nunca he contemplado en apenas una hora tanto miedo y tanta huída a la vez. ¡Todos los animales, los agresores y las víctimas, enzarzados en una carrera alocada! Puesto que la vida sólo puede continuar destruyéndose, hay que tener valor para sacar las consecuencias. ¿Cuáles? Huir…, para empezar.

1790 (Pág. 212 – 2)

Estoy mal dotado para la “lucha por la vida”. Y es que la “vida” no me interesa lo bastante como para luchar en su nombre.

1791 (Pág. 212 – 3)

Nada puede acometerse a lo grande sin crueldad.

1792 (Pág. 212 – 4)

Tener “carácter”, estar capacitado para la crueldad.

1793 (Pág. 212 – 5)

He soportado a los hombre durante cincuenta y tres años…, éso es lo que debería pensar cada vez que empiezo a dudar de mí mismo. Como yo digo, ¿tenemos que sacar un santo de cada uno de nosotros? Todos deberíamos considerarnos santos si se conocieran nuestros dolores.

1794 (Pág. 212 – 6)

Siempre la misma cantinela : se quiere uno entretener con los ángeles, y hay que salir a cenar fuera…

1795 (Pág. 212 – 7)

5 marzo, La caída en el tiempo…, el título del “libro” que acabo de terminar. ¡Si pudiera creer en lo que hago!

1796 (Pág. 212 – 8)

“Enemigo del género humano”, el único título que desearía pretender, y que nunca me consentirán.

1797 (Pág. 212 – 9)

Para soportar una derrota no hay otro camino que el absoluto o el cinismo. (Aunque refugiarse en lo absoluto para eludir una derrota supone, por otro lado, cierta dósis de cinismo…, de ironía más bien).

1798 (Pág. 212 – 10) (Pág. 213 – 1)

La depresión está ligada a todos los fenómenos importantes, y por tanto cotidianos de la vida…, a la digestión en primer lugar. Ya lo tengo dicho: todo lo que en nosotros hay de profundo hunde sus raíces en la fisiología.

1799 (Pág. 213 – 2)

Nadie podrá sacarme de la cabeza que este mundo es fruto de un dios tenebroso, de un demiurgo maldito. Secretos lazos me unen a ese dios, me cuento entre sus descendientes, prolongo su sombra, me inclino incluso a pensar que me ha encomendado atender a las consecuencias de la mandición suspendida sobre él y su obra.

1800 (Pág. 213 – 3)

domingo, mayo 10, 2009

Fragmentos del 1761 al 1780

Me gusta contradecirme hasta la demencia; no, no se trata de una manía, sino de una fatalidad: algo que no puedo evitar.

1761 (Pág. 209 – 3)

No estás “muerto” cuando dejas de amar, sino de odiar. El odio conserva.

1762 (Pág. 209 – 4)

Soy un elegíaco que combate a las ideas, desde dentro y sin lograr nunca librarse de ellas.

1763 (Pág. 209 – 5)

Una certeza, siento la piedad más intensamente que el común de los mortales. Pero eso no prueba que sea mejor que ellos, no, sólo más débil.

1764 (Pág. 209 – 6)

Vuelvo a casa a las cuatro de la madrugada, un poco achispado. Las calles del casco antiguo desiertas, las contraventanas totalmente echadas: se diría un pueblo abandonado, no, una ciudad en la que todos sus habitantes yacieran muertos en el interior de sus casas. ¿Cómo podrán circular de día?

1765 (Pág. 209 – 7)

He ido a Gallimard por lo de la entrega a P. de su bastón de Académico. El público de siempre de los cocktails. Una impresión fúnebre : P. de uniforme, rodeado de ancianas y de escritores dudosos..., después de haber rehuído, durante toda su vida, de tales honores. De forma muy nítida, esa sensación de entierro o de boda provinciana.

1766 (Pág. 209 – 8)

Depresiones como las mías no son “normales” más que durante la adolescencia y en la extrema decrepitud.

1767 (Pág. 209 – 9)

He pasado un par de horas maravillosas con una familia rusa. ¡Lo poco que han cambiado desde sus grandes novelas! Y cuán hermosa esa inadaptación. Por lo demás, la adaptación es señal de falta de carácter y de vacío interior.

1768 (Pág. 209 – 10)

Me ubico en una zona indefinida entre la poesía y la prosa, sin poder optar por una o por la otra; de los poetas tengo el ritmo, de los prosistas, la insistencia. Aunque más bien creo que, en realidad, para lo que no he nacido es para la palabra.

1769 (Pág. 209 – 11) (Pág. 210 – 1)

Puede suceder que el Alemán posea genio; lo que nunca posee es talento. (Para talento, el de los Judios en Alemania –para su maldita desgracia-; porque ha sido éste el que ha suscitadio los celos de sus conciudadanos más pesados...)

1770 (Pág. 210 – 2)

Cada generación vive en lo absoluto, es decir, reacciona como si acabase de alcanzar la cima de la historia.

1771 (Pág. 210 – 3)

El gran secreto de todo: sentirse el centro del mundo. Eso es exactamente lo que hace cada individuo.

1772 (Pág. 210 – 4)

22 de febrero... Hace un tiempo primaveral. Todo se deshace en mí, cada célula se abre, muy abierta. La primavera, recien cumplidos ya los cincuentra y tres, se dedica a cada momento a abrir todas mis heridas.

1773 (Pág. 210 – 5)

Había creído inocentemente que me había librado de la opinión, que es cosa baladí en realidad, y tal o cual palabra que me llega no deja de “hacer cualquier cosa”. Lo cierto es que la idea de indiferencia ha hecho en mí progresos tan increíbles que la tomo por un estado.

1774 (Pág. 210 – 6)

A., que propuso mis “Definiciones del Dolor” a una revista inglesa, vieron como le respondían: “It is too depressing”. [“Es demasiado deprimente”]

1775 (Pág. 210 – 7)

Es incisiva la idea de Spengler de que la autobiografía tiene sus orígenes en la “confesión” católica.
¿Hay “confesiones” antes del cristianismo?

1776 (Pág. 210 – 8)

Mi estado habitual es incompatible con la discusión seria de un problema. Estoy demasiado febril y en exceso deprimido para ello. Un mínimum de objetividad, éso es todo lo que anhelo, sin conseguirlo.

1777 (Pág. 210 – 9)

He intentado escribir cualquier cosa sobre la historia, algo que antaño me apasionaba y que ahora apenas me intriga, pero me resulta imposible aplicarme a la cuestión más allá de unos pocos días. Todo lo que no me concierne directamente me aburre... Me resulta penoso hacer tamaña confesión, que tiene, en cambio, la excusa de parecer perfectamente natural a los ojos de un poeta o de cualquiera que persiga su propia salud.

1778 (Pág. 210 – 10)

Me gustaría “convertirme”..., ¿pero en qué?

1779 (Pág. 211 – 1)

Para resignarse a ser desconocido hace falta cierta elevación de espíritu; no se consigue más que después de haber agotado el dondo de amargura de que se dispone.
O bien...
El ambicioso no se resigna a la oscuridad más que después de haber agotado todas las posibilidades de amargura de que dispone.

1780 (Pág. 211 – 2)

domingo, febrero 22, 2009

Fragmentos del 1741 al 1760

Nada más difícil que ponerse el diapasón del ser. Coger el tono al ser.

1741 (Pág. 206 – 8)

La muerte de Mircea Zapratan [1908-1963, profesor de filosofía, amigo de Cioran]. He escrito a mi hermano, que me decía en su última carta que había perdido al único amigo que le quedaba en este mundo. Le hablé de la alegre desesperación de Zapratan y, a decir verdad, no he conocido a nadie que encarnara como él tal paradoja. Si no hubiera malogrado su talento, quién sabe lo que habría podido salir de ahí..., quizás una obra. Pero qué importa. El hombre estaba ahí, era un genio, y si hubiera hecho una obra no habría podido derramar su “infinite jest” [burla infinita] sobre el primero que llegase.

1742 (Pág. 206 – 9)

Quisiera poder escribir con la libertad de un Saint-Simon, sin preocuparme de la gramática, sin caer en la superstición del uso correcto y el terror al solecismo. Hay que rozar a cada momento la incorrección, si se quiere imprimir una marcha animada al estilo. Cuidarlo, corregirlo es matarlo. La maldición de escribir en una lengua prestada: no nos podemos permitir el lujo de renovarla con faltas muy personales.

1743 (Pág. 207 – 1)

El auténtico escritor no piensa nunca en el estilo ni en la literatura: escribe..., simplemente, se diría que vive de realidades y no de palabras.

1744 (Pág. 207 – 2)

En un artículo de Jorge Guillén acerca de Lorca se hace patente la efervescencia intelectual de España hacia 1933. Tres años después, la catástrofe. Todas las épocas intelectualmente fecundas anuncian desastres históricos. Nunca el conflicto ideológico, las discursiones apasionadas que comprometen a una generación, se reducen al dominio espiritual: ese hervidero no presagia nada bueno. Las revoluciones y las guerras representan el espíritu en marcha, es decir, el triunfo y no la degradación final del espíritu.

1745 (Pág. 207 – 3)

Cuando nació Saint-Simón su padre tenía sesenta y ocho años. Hijo de un anciano (como Baudelaire). ¿Qué demuestra esto? ¿Un genio tan vigoroso, fruto de la decrepitud? Una curiosidad digna de resaltar, aunque convendría guardarse de sacar alguna conclusión precisa.

1746 (Pág. 207 – 4)

Leo algunos textos sobre la fenomenología de Husserl. Es increíble el orgullo de estos “filósofos” enclaustrados en su terminología de escuela. Orgullo sectario. Además, conduciendose en todo momento sectariamente.
... Y luego están todos esos que hablan de “antropología filosófica” y nunca del hombre. Hasta yo, por cierto, he tenido que pasar por ello, y fui adoctrinado para idéntica aventura e impostura verbal. Fueron Pascal, Nietzsche y Chestov quienes me sacaron de allí.
¡Qué dificil es contemplar las cosas cara a cara, y qué cómodo atenerse a los problemas!

1747 (Pág. 207 – 5)

¿No nos preguntamos desde siempre en qué consiste el acto de pesar, quien es el que piensa? Cualquiera que no acepte las cosas tal y como son. El primer pensador fue sin duda el primer maniático del por qué. En el fondo, hay muy pocos hombres que padezcan esta manía. De hecho, yo lo he encontrado en un numero muy restringido. Ir al fondo de las cosas, querer llegar más bien, sufrir por no conseguirlo, exige un tipo de espíritu más raro de lo que se cree. En todo caso, el por qué es una enfermedad insólita, y por tanto nada contagiosa.

1748 (Pág. 207 – 6) (Pág. 208 – 1)

Pienso en mis “errores” pasados y no puedo lamentarlos. Sería como pisotear mi juventud, lo que no deseo a ningún precio. Mis entusiasmos de antaño emanaban de mi vitalidad, de mi deseo de escándalo y de provocación, de una voluntad de pragmatismo deteriorado por mi nihilismo de entonces... Lo menos que podemos hacer es aceptar nuestro pasado; o bien dejar de pensar en él, y considerarlo algo muerto y bien muerto.

1749 (Pág. 208 – 2)

En el funcionamiento de mi espíritu hay algo que no deja de dar vueltas. Más que grave incluso, es un sabotaje. Pero más vale que no me entretenga mucho en buscar su orígen.

1750 (Pág. 208 – 3)

Me hubiera gustado pasar la velada en compañía de un poeta... Pero me esperaba un prosista.

1751 (Pág. 208 – 4)

Rozanov..., mi hermano.
Sin duda el pensador, no, el hombre con el que tengo más afinidades.

1752 (Pág. 208 – 5)

7 de febrero de 1964.
El sentimiento de maldición sólo se siente verdaderamente cuando se sueña que se padece en medio mismo del Paraíso.

1753 (Pág. 208 – 6)

Tres días de excursión en Sologne..., ¡quién diría que cerca de París pueden encontrarse paisajes tan melancólicos (el estanque de Favéle)!

1754 (Pág. 208 – 7)

Gritar asusta a los ángeles...

1755 (Pág. 208 – 8)

Creerse en trance de inspiración, casi al borde del delirio, cuando en realidad no se trata más que de una fatiga cercana a la fiebre.

1756 (Pág. 208 – 9)

Aspirar a la dignidad de monstruo es fácil, pero me resulta desagradable conseguirla, ser su abanderado.

1757 (Pág. 208 – 10)

Esos momentos en que dudo de todo, en que nada detiene el golpe, en que la materia se deshace, en que hasta el granito me parece demasiado desmenuzable...

1758 (Pág. 208 – 11)

Acabo de escribir una apología del odio. Pero en el fondo lo que yo entiendo por odio no es más que un arranque de desesperación, la negrura de la desesperación, estado puramente subjetivo que no tiene nada que ver con la intención de hacer daño, con el encono contra los demás.

1759 (Pág. 209 – 1)

Como Macbeth, lo que más necesito es rezar, pero al contrario que él ya no puedo decir amen.

1760 (Pág. 209 – 2)

sábado, enero 10, 2009

Fragmentos del 1721 al 1740

Fulanito es, ahora, mi bestia negra. Menganito lo será mañana, y así sucesivamente. Debemos considerar como un regalo de la Providencia la posibilidad que poseemos de verter sobre cualquiera de los demás nuestras reservas de bilis (sin que, por lo demás, ninguno lo sepa ni pueda apercibirse de ello de manera alguna). Tal es el precio exigido por nuestro equilibrio pues, en otro caso, seríamos nosotros el blanco de todos nuestros dardos.

1721 (Pág. 204 – 3)

Gottfried Benn... un bastante buen poeta con trazos del cantautor macabro.

1722 (Pág. 204 – 4)

No puedo interesarme por nadie a quien no le pese alguna fatalidad. (Mi pasión por los Habsburgo).

1723 (Pág. 204 – 5)

Ayer por la noche, 28 de diciembre, cantada por la coral de Heilbronn, la Cantata nº 68, Also hat Gott die Welt geliebt. El coro final, una fuga acompañada por los trombones, era una mezcla de alegría y de no se qué extraño y poderoso que me ha dejado casi loco. Se hubiera dicho el jubileo del Juicio Final... Aplaudí como un poseso. Hacía tiempo que no sentía una exaltación parecida.

1724 (Pág. 204 – 6)

Un mal crónico que padezco..., no, uno de los males crónicos que padezco es este catarro de laringe, acompañado de la atrofia de las mucosas nasales, una auténtica maldición para el escritor. Es así de simple, por otro lado : no escribo, en gran medida, a causa de esa pesadez que desciende sobre mi cabeza y paraliza mis facultades. Las orejas taponadas y las fosas nasales congestionadas me sumergen en un estado se semi-idiotez cotidiana. Conozco bien el lamentable, el miserable orígen de esas inhibiciones del espíritu, de la agonía de la idea misma ante mis propios ojos..., de esa derrota de la inspiración.

1725 (Pág. 204 – 7)

He leído en una revista inglesa la lista de monumentos demolidos de hecho por el barón Haussmann. Lo increíble es que el populacho le dejó hacer, que apenas encontró oposición alguna, etc. Nunca ciudd alguna ha sido desfigurada tanto, en tiempos de paz, como París.

1726 (Pág. 205 – 1)

Saber que es imposible dilucidar quién es inocente y quién culpable, y seguir juzgando, es algo que hacemos todos de una manera o de otra. Sólo estaría satisfecho el día en que ya no pudiera emitir juicio alguno sobre nadie. Excluída la vanidad, me entran a veces ganas de comprender y justificar a todo el mundo. El verdugo no es más libre que su víctima. Desde el momento en que desempeñamos el oficio de vivir, somos iguales que el resto, apenas un poco mejores que los demás.

1727 (Pág. 205 – 2)

No podemos menos que admirar a quienes tienen el valor de arrastrarse, de ser abiertamente cobardes, de confesar sus debilidades. Aunque puede que “admirar” no sea la palabra... Dejémoslo. A quienes sin duda envidiamos es a quienes, para triunfar, no retroceden ni ante el ridículo.

1728 (Pág. 205 – 3)

No temerle al ridículo, exponerse a él incluso... Hace falta para ello cierta fortaleza de ánimo. Los aventureros, en el sentido positivo y negativo del término, son una prueba indudable de ello.
Tener miedo al fracaso es temer el rídiculo, lo más mezquino que hay. Tirar p’alante..., en eso consiste justamente no temer convertirse en la burla de nuestros semejantes.

1729 (Pág. 205 – 4)

No conozco un solo hombre interesante que no haya tenido alguna enfermedad más o menos secreta.

1730 (Pág. 205 – 5)

¿A qué viene lo de demorarse tanto ante cosas ya dichas? El espíritu no sigue ciertos pasos más que cuando posee la paciencia de volver sobre ellos, es decir, de profundizar.

1731 (Pág. 205 – 6)

Los buenos escritores, observa Nietzsche, no escriben para “die sptizen und überscharfen Leser” (“para los lectores demasiado sutiles”). Y es cierto, el gran escritor no tiene nada de esteta.

1732 (Pág. 205 – 7)

El refinamiento es señal de vitalidad deficiente, en el arte, en el amor y en todo.

1733 (Pág. 205 – 8)

El auténtico escritor sólo se encariña de su lengua materna y se dedica a fisgonear en tal o cual idioma extranjero. Saber limitarse..., ese es su secreto. Nada más funesto para el arte que una desorbitante amplitud espiritual.

1734 (Pág. 205 – 9) (Pág. 206 – 1)

Nunca perdonamos a quienes apelan a nuestro orgullo.

1735 (Pág. 206 – 2)

Según cuenta Suetonio, al principio de la guerra civil, como Pompeyo declarase que consideraba como enemigos a todos aquellos que no permanecieran a su lado, César –en un rasgo de auténtica genialidad- anunció que él se situaría entre sus amigos los indiferentes y los neutrales.

1736 (Pág. 206 – 3)

Trabajar, producir, no es reflexionar, es justamente lo contrario. Reflexionar consiste en situarse aparte de todos los actos, y como por fuera de todas las ideas.

1737 (Pág. 206 – 4)

Señor, ¿por qué no me díste facultades a la medida de lo que siento, palabras dignas de mis momentos de felicidad o depresión?

1738 (Pág. 206 – 5)

Siempre he vivido con miedo a ser sorprendido por la desgracia..., lo cual ha envenenado mi existencia. Ese terror, mirado así, tenía su justificación. He intentado también tomarle la delantera: la desgracia siempre me ha encontrado recostado sobre ella misma cuando llegaba.

1739 (Pág. 206 – 6)

Armarse de paciencia, ¡qué frase tan cabal! La paciencia es, efectivamente, un arma y nada puede hacerse contra quien sabe proveerse de ella. De las virtudes, es la que más falta me hace. Sin ella, estamos indefectiblemente al albur del capricho o de la desesperación.

1740 (Pág. 206 – 7)

lunes, diciembre 15, 2008

Fragmentos del 1701 al 1720

Para encontrar la verdad, nada como mantenerse en todo equidistante entre el entusiasmo y la acritud.

1701 (Pág. 202 – 1)

Todo lo que me impide trabajar me sienta bien. Hago chapuzas de la mañana a la noche..., por huir, por miedo, por nada...
La muerte del espiritu, esa incapacidad para concentrarse en otra cosa que no sean las mismas, las eternas manías que nos obsesionan.

1702 (Pág. 202 – 2)

Nadie como yo ha cuidado sus defectos con tanta minuciosidad y empeño.

1703 (Pág. 202 – 3)

Leo una biografía de Netchaiev. No hay nada comparable esos fanáticos que tuvieron una vida.

1704 (Pág. 202 – 4)

Desconfio de todo aquel que quiere mandar sobre otros. Esa arraigada tendencia, común a tanta gente... ¿es una superioridad, un defecto? Yo creo no poseerla. Siento la idea misma de dar una orden como algo ajeno. Y recibirla, más todavía. Ni maestro, ni esclavo. Eternamente, nada.

1705 (Pág. 202 – 5)

Mis ideas se asocian según un ritmo demasiado precipitado y arbitrario. Paso de una a otra sin pensar (nunca mejor dicho). Me inundan, sin que pueda obtener el menor provecho de ellas. Me gustaría poderles decir a cada una ellas: “¡Detente!”..., pero no me da tiempo.
Si dijera en voz alta lo que me pasa por la cabeza, me encerrarían inmediatamente, y no por la incoherencia de las ideas o las imágenes, sino a causa de su vertiginosa sucesión, de su desfile monstruoso y casi ridículo.

1706 (Pág. 202 – 6)

Mi vieja obsesión: romper con todo, retirarme a una cueva... ¡Ay! Si no temiera tanto el frío, sé que juntaría el coraje suficiente como para abandonarlo todo... Esa debilidad me aplatana y me empuja a todos los compromisos.

1707 (Pág. 202 – 7)

Obsesión del paso del tiempo.
¡Pensar que cada instante que pasa ha pasado para siempre! Esta observación es trivial. Sin embargo, deja de serlo cuando la rumias tumbado en la cama y piensas en ese preciso instante, que se te escapa, que se hunde irremediablemente en la nada. Entonces te dan ganas de no levantarte nunca más y, en un acceso de sabiduría, piensas en dejarte morir de hambre.
Yo percibo físicamente la caída de cada instante en lo irreparable. Y después pienso en tal o cual pasaje de mi infancia: ¿dónde está el que fuí? Somos tan insustanciales como el viento, y, por mucho que escribamos poemas o corramos tras las verdades, sólo son reales las certidumbres de la inanidad. ¡Todo es vano, salvo el pensamiento de la Vanidad!

1708 (Pág. 202 – 7) (Pág. 203 – 1)

Escuchaba a Chopin..., y después no sé cuántos años de indiferencia por ello.

1709 (Pág. 203 – 2)

No nos sentimos orgullosos cuando sufrimos, sino cuando hemos sufrido. Nuestras desgracias no son una lección de modestia. Y, a decir verdad, nada se torna modesto.

1710 (Pág. 203 – 3)

Pertenezco a ese grupo de escritores de corto aliento por simple horror a las palabras.

1711 (Pág. 203 – 4)

A un amigo que me consultó (¿¿??) acerca de su próximo matrimonio, le disuadí. “Pero me gustaría al menos dejar mi nombre a alguien, tener descendencia, un hijo...”. “¿Un hijo?”, le dije. “¿Y quién te asegura que no será un asesino?”. Desde entonces mi amigo no ha vuelto a dar señales de vida.

1712 (Pág. 203 – 5)

¡Ninguna religión más extraña que la cristiana! Su figura central es un proscrito.

1713 (Pág. 203 – 6)

24 de diciembre. A las 10 de la noche. Solo. Este año he leído tres o cuatro libros sobre Isabel de Austria, y acabo de terminar otro más. Mi pasión por ella arranca de la primavera de 1935, cuando en Munich leí Una emperatriz de la soledad de Barres.

1714 (Pág. 203 – 7)

La diferencia entre los creadores y los no-creadores estriba en que los primeros adoran hablar de sí mismos, mientras los otros lo detestan. Una obra personal es forzosamente una confesión más o menos enmascarada.

1715 (Pág. 203 – 8)

Tu alma contenía un canto : ¿qué lo ha sofocado?

1716 (Pág. 203 – 9)

La única ciudad donde el ridículo no mata es París. Es porque en ella se admira la falsedad y casi siempre triunfa..., lo ideal para fulminar el sentido del ridículo.

1717 (Pág. 203 – 10)

Existe un increíble placer en hablar mal de alguien a quien se conoce bien, o al que incluso se le considera un amigo.
Después, vergüenza y tristeza.

1718 (Pág. 203 – 11)

Los únicos amigos a los que verdaderamente queremos son aquellos con los cuales tenemos pocos puntos en común, que no poseen las mismas preocupaciones que nosotros, y a los cuales vemos lo más raramente posible. Por lo demás, la amistad sólo subsiste mientras no se ponga de manifiesto, mientras no pretenda ir más allá de lo que ésta es.

1719 (Pág. 204 – 1)

Telefonear a alguien y, de repente, de puro miedo al escuchar su voz, colgar el aparato... De este cariz son, en resúmen, mis relaciones con los demás. Un eremita teñido de sociabilidad.

1720 (Pág. 204 – 2)