domingo, abril 27, 2008

Fragmentos del 1341 al 1360

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Contar nuestras penas o simplemente nuestros fastidios a cualquiera, incluso a un amigo, es una crueldad, algo digno de un verdugo. Hay que ser de un temple excepcional para dejarse devorar por el dolor..., en silencio.

1341 (Pág. 164 – 12)

Para los débiles, el escepticismo es una ayuda eficaz : les permite guardar una cierta distancia de sus desfallecimientos o sus sufrimientos. Les vuelve más fuertes..., por la indolencia.

1342 (Pág. 165 – 1)

He admirado lo gigantesco hecho por lo exiguo, lo minusvalido. Eso es lo que me ha atraído de los problemas e incluso de las desgracias cuyas consecuencias no han sido enteramente “agotadas”.

1343 (Pág. 165 – 2)

En cuanto que no se acepta lo irreparable, se vuelve a caer en la obsesión del suicidio.

1344 (Pág. 165 – 3)

Los sufrimientos no siempre irritan: pueden incluso volverte generoso. ¿A santo de qué infligir un dolor a los demás, cuando uno mismo sufre por varios?

1345 (Pág. 165 – 4)

Nada importa sino aquello que emana del sufrimiento y lo sobrepasa. Lo que sucumbe a él no se repara espiritualmente.

1346 (Pág. 165 – 5)

El ser gracias al cual has conocido la felicidad es el que te hará conocer la desgracia.
Bendito sea por los dioses aquel hombre que no se encariñe con nadie.

1347 (Pág. 165 – 6)

Los sufrimientos de alguien al que se ama son moralmente más intolerables que los suyos propios.

1348 (Pág. 165 – 7)

Para ser escritor no es suficiente con tener talento, además hay que ser capaz de no olvidar nada. El escritor supremo es hombre de rencores.

1349 (Pág. 165 – 8)

Esta mañana (4 de junio), al ver en el escaparate de una librería un libro titulado La importancia de vivir, me ha entrado un malestar que me ha costado dominar. Mis relaciones con la vida se han vuelto improbables hasta un extremo que cuesta imaginarse. Chapoteo en lo problemático, no..., me ahogo en él.

1350 (Pág. 165 – 9)

Desde que tengo memoria, he apoyado las causas perdidas, quiero decir, las que se refieren al ser. ¡Qué secreta complicidad con el fracaso, con todo mi entusiasmo! Es normal que haya soportado la tragedia de mi país, pero no tanto lo de haber compartido las de los demás. ¿A qué viene llorar por la suerte de tanto país? ¿Para qué vertir lágrimas sobre Hécuba?

1351 (Pág. 165 – 10)

Si queréis que se hable de vosotros, abusad de la alteración del lenguaje, convertíos en un torturador del lenguaje (a lo Joyce).

1352 (Pág. 166 – 1)

Habría que introducir la pena de muerte para la gente impuntual. No todo el mundo, es cierto, se angustia por eso, porque la impuntualidad es propia angustiados. Por llegar a la hora yo sería capaz de cometer un crimen. Aunque se trate de un genio, quien no llega puntual a una cita para mí queda “liquidado”. Nunca emprenderé nada con él.

1353 (Pág. 166 – 2)

Esos momentos de relajación en que a menudo sentimos un bienestar en plena calle o en cualquier sitio, y que decimos que si estuviésemos solos y pudiéramos escribir, la de maravillas que saldrían...

1354 (Pág. 166 – 3)

Cuando dejemos la mente a su aire, ésta se complace en la anécdota y la insignificancia.

1355 (Pág. 166 – 4)

Ayer por la tarde (8 de junio), un espectáculo lamentable. X, borracho, repitiendo sin cesar: “Odio a los franceses, odio a los franceses”..., sin dudar por un instante que ellos eran los culpables de su fracaso y su decadencia. Para “regenerarse” debería mirarse a sí mismo. Pero eso es, precisamente, lo que ningún fracasado puede hacer. El espectáculo de la muerte es infinitamente menos desgarrador (y menos instructivo) que el de la decadencia.

1356 (Pág. 166 – 5)

Quien tiene miedo a convertirse en un mendigo es mucho más desgraciado que un mendigo (admitiendo que lo sea). Un mendigo ha alcanzado el límite; socialmente, no puede caer más bajo; en cierto sentido, por tanto, ya ha resuelto todos sus problemas. Se encuentra clavado en su suerte..., o mejor dicho, su suerte ya se ha clavado.

1357 (Pág. 166 – 6)

Esta mañana (10 de junio), momentos antes de levantarme, a punto de terminar con una pesadilla, he soñado que me encontraba al borde del precipio original, en plena elaboración del caos.

1358 (Pág. 166 – 7)

Obsesión de hombre inicial, me parecía a Adan, volviendome a todo lo que he escrito desde hace años. El hombre final también ocupa mis pensamientos, aunque menos que el otro. Todo se debe al hecho de que no estoy a gusto en la historia, a que sólo me encuentro bien fuera de ella, en sus extremos.

1359 (Pág. 166 – 8)

Todas mis ideas han surgido de pretextos mezquinos, de cóleras de las cuales debería avergonzarme; muy pocas tienen un orígen “puro”.

1360 (Pág. 166 – 9)
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