sábado, marzo 22, 2008

Fragmentos del 1281 al 1300

Cuando esperamos a alguien que se retrasa o que, simplemente, no viene, cada instante hostiga nuestros nervios, y al cabo de una hora de espera en vano, nos sentimos próximos a estallar por todos y cada uno de los instantes que hemos soportado en la exasperación.

1281 (Pág. 158 – 5)

Un monólogo cuyo contenido nos enumera un desfile de objetos..., esa es la novela contemporánea.

1282 (Pág. 158 – 6)

El sábado por la tarde, víspera de Pascua, salgo a pasear. Ante Saint-Sulpice, una congregación de fieles. A la entrada de la Iglesia, los sacerdotes y los monjes lanzando sus palabras con una voz artificial a veces en latín, a veces en francés, entre las que se destaca de vez en cuando la exclamación “Jesús”, pronunciada con un tono imperativo, pero sin convicción. Me marché de allí disgustado, y esta mañana ya me he levantado con un ataque de anticlericalismo: el gobierno, según la prensa, ha concedido no se cuántos millones para la construcción de cuatro iglésias en París..., es decir, en una ciudad donde todo es posible, conocer la gloria o lo que sea, salvo encontrar un apartamento. (¿Es posible que cosas como ésta me indignen todavía? Aparentemente, sí).

1283 (Pág. 158 – 7)

En cuanto que profundizo en un tema, deja de apasionarme; y cuando lo conozco, me desligo de él y no puedo volver a retomarlo más que haciendo un gran esfuerzo. Yo podría ser “fecundo” si aceptara hablar de una cuestión sin conocerla (a la manera de un Valery, por poner un buen ejemplo).

1284 (Pág. 158 – 8) (Pág. 159 – 1)

Todo el mundo, todos los seres, no son más que el sueño de un espíritu absoluto, las proyecciones de la Mâya, de la ilusión cósmica.
Tiendo a pensar que el Vedânta es el sistema más profundo, el más próximo a la “realidad”.

1285 (Pág. 159 – 2)

Los libros sobre el lenguaje son los que ahora leo con más placer. Pasados los cincuenta [años] me he vuelto voluntariamente gramático. Pasión por la pamplina.

1286 (Pág. 159 – 3)

En mí existe una vena que me emparenta con los no-metafísicos, con esa línea de pensadores que viene de Epicuro y Lucrecio, pasando por La Rochefoucauld y los filósofos ingleses. A la gran metafísica, desde el Vedanta al Idealismo alemán, le reprocho haber concedido tanta importancia al Hombre, sin apreciar su carácter irrisorio y grotesco. O mejor debería decir al Espíritu, no al Hombre, aunque es la misma cosa. La modestia es algo que no le sienta al metafísico: yo mismo he dado en escéptico por humildad y orgullo herido.

1287 (Pág. 159 – 4)

Hasta tal punto ha dejado de existir para mí el mundo exterior que responder a una carta, venga de donde venga, me parece un suplicio. Que no se acuerden más de mí..., es todo lo que pido. Me vacío poco a poco de todos mis sentimientos.

1288 (Pág. 159 – 5)

El secreto regocijo que se siente cuando uno se cree abandonado por los dioses.

1289 (Pág. 159 – 6)

Esos filósofos que creen decir algo cuando hablan sin cesar del ser, del ente, etc., etc. Esa coartada prueba que, en este sentido, no les interesan ni los verdaderos problemas, ni las experiencias..., sino la terminología. Esos autores piensan sobre las palabras, no a través de ellas.

1290 (Pág. 159 – 7)

¿La clave de mi vida y de mis contradicciones? Imaginése la plegaria de un ateo.

1291 (Pág. 159 – 8)

Toda mujer hace o de puta, o de institutriz.

1292 (Pág. 159 – 9)

El razonamiento de Marco Aurelio, según el cual poco importa que vivamos unos días o unos siglos (ya que la muerte sólo nos arrebata el presente y no el pasado ni el futuro, que no nos pertenecen) no resiste el análisis ni a las exigencias profundas de nuestra naturaleza. Pero ¡cuán patéticos los intentos de la Antigüedad en sus postrimerías por minimizar la importancia de la muerte!
En cuanto a consuelo, sólo tenemos dos libros capitales: los Pensamientos del emperador romano y la Imitación. Resulta imposible no preferir la desolación del primero, pese a las promesas del segundo.

1293 (Pág. 159 – 10) (Pág. 160 – 1)

No es la poesía, sino la ironía, lo que es intraducible. Lo que ésta añade de más a las palabras, a su matiz impercetible y a su carga afectiva, que la misma poesía.

1294 (Pág. 160 – 2)

Por naturaleza, por inclinación profunda, siento más cercana la locura de los emperadores romanos, que la sabiduría de los estoicos.

1295 (Pág. 160 – 3)

Me preguntan, metiéndome prisa a producir, a escribir, a publicar, me acusan de pereza, de estérilidad y olvidan que precisamente son éstos los defectos que he elogiado y lo ridículo que es exigir que se afane alguien que siempre ha proclamado la inutilidad de todo.
Nadie puede imaginar hasta qué extremo estoy de acuerdo con lo que pienso, ni cuán largamente estoy pagando -a escondidas- todo lo que sé, todo lo que he denunciado.

1296 (Pág. 160 – 4)

Noche y día, quiero verme sin estar en paz conmigo mismo.
Por algo se ha denominado santo durante años al desequilibrio.

1297 (Pág. 160 – 5)

Los únicos pensamientos verdaderos son los que surgen entre los tráfagos de la vida, en los intervalos de nuestros aburrimientos, en esos momentos de lujo que nos ofrece nuestra miseria.

1298 (Pág. 160 – 6)

Los antecedentes de la Duda son siempre de tipo afectivo. No existe la disolución lógica, y la razón no se rebela contra ella misma sin un motivo que le sea extrínseco.

1299 (Pág. 160 – 7)

Los dos mayores sabios de la Antigüedad declinante: Epicteto y Marco Aurelio, un esclavo y un emperador.
No me canso de llamar la atención sobre esta simetría.

1300 (Pág. 160 – 8)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuyons con cioran!!!