sábado, marzo 08, 2008

Fragmentos del 1261 al 1280

7 de abril de 1963.
Por vez primera desde hace seis meses he logrado escapar de París para ir al campo. Sensación de salir de la prisión. Maravilla. He hecho veinte kilómetros a pie a lo largo del Ourcq, de cara a La Ferté-Milon. Que un servidor sea un urbanita es la mayor ironía que me adorna.

1261 (Pág. 156 – 3)

En medio de un bosque, cerrar los ojos y escuchar a los pajaritos : imposible pensar que su canto sea pura charlatanería y que éllos no son conscientes de su felicidad.
1262 (Pág. 156 – 4)

Detesto a los jóvenes, a todos aquellos que me recuerdan mis entusiasmos de antaño.

1263 (Pág. 156 – 5)

La Ferté-Milon, un pequeño pueblecito bastante feo, pero que adoro porque sus casas son minúsculas, apenas más grandes que los hombres. La arquitectura debería atenerse a esas dimensiones. No cabe ni un ataud en muchos pisos.

1264 (Pág. 156 – 6)

Yo no pienso, como Marcion, que el demiurgo sea malvado, sino que ha sido un incompetente.

1265 (Pág. 156 – 7)

Es increíble hasta qué punto todos los pensamientos que he concebido contra mí han resultado después experiencias y finalmente realidades. He meditado bien mi propia ruina.
Mi manera de ser sabio : todas mis dudas teóricas se han convertido en dudas prácticas. Mis coqueteos con el escepticismo los pago ahora. Sabiduría y desgracia, dos términos que me resultan familiares. De ahí que mis aspiraciones y apetitos profundos no sean los de un sabio.

1266 (Pág. 156 – 8)

Lamennais, creo, define el halago como “la cortesía del desprecio”.

1267 (Pág. 156 – 9)

Es tan difícil ser loco como sabio. Renunciemos a las jerarquías, no tengamos en cuenta las condiciones, contentémonos con una gran abulia.

1268 (Pág. 156 – 10)

La gloria no tiene apego más que por aquellos, santos incluídos, que han alcanzado el sentido de la actitud, y -¿por qué no?- de la provocación. Es el caso de todo un Pascal. Pero no, por lo mismo, de un Joubert, un espíritu demasiado puro y, por delicadeza, menos atormentado.
Mi predilección es total por aquellos que han logrado escapar al Renombre.

1269 (Pág. 157 – 1)

Cuando se escribe tendemos a completar nuestro pensamiento, y ésta es la mejor manera de estropearlo. El verdadero mérito es detenerse, no profundizar. Es más cómodo agotar un problema que sugerir sus dificultades. (Esta última frase lo estropea todo).

1270 (Pág. 157 – 2)

Conozco a tantos que no recularían ante un hermoso fracaso. Pero el fracaso apunta al destino y no a la literatura.

1271 (Pág. 157 – 3)

Cuando no tenemos un objetivo hacia el cual nuestros actos puedan converger, sólo nos gusta el pensamiento discontínuo, quebrado, a imágen de nuestra vida echada a volar en pedazos.

1272 (Pág. 157 – 4)

Tras la muerte de su hija Tulia, Cicerón, en su retiro campestre, se escribía a sí mismo cartas de consuelo. Nos lamentamos y regocijamos a la vez de que se hayan perdido. Incluso en lo más duro de su desesperación, no podía dejar de ser escritor. Su vanidad era digna de un griego. Y más inteligente que Tacito..., quizás la única ventaja que le llevaba.

1273 (Pág. 157 – 5)

En favor de Francia : una nación de avaros nunca puede ser superficial.

1274 (Pág. 157 – 6)

Ya he dicho varias veces que todos despliegan un esfuerzo importante y llegan a triunfar gracias a sus sórdidas pasiones, a la enfermedad, al apetito de gloria, a los celos, etc..., nunca por la simple espontaneidad de su espíritu. El hombre sería un abúlico si no fuera por esa fuerza más o menos extrínseca que le empuja a actuar, a realizarse, a conquistar. ¡Cuán falso es el idealismo en filosofía y cuán nulo en psicología!

1275 (Pág. 157 – 7)

En la época en que escribía en primera persona todo me salía solo: desde que desterré el “yo”, la menor frase me exige tal esfuerzo que me quita las ganas de producirla. La impersonalidad paraliza mi espontaneidad. Me cuento entre esos espíritus –equívocos, a decir verdad- que sólo se sienten a gusto cuando hablan de sus preocupaciones o sus hazañas.

1276 (Pág. 157 – 8)

Antaño nunca llegué a pensar que fuera posible caer en la demencia por un exceso de aburrimiento..., pero ahora sí lo creo. Algo tan simple como contemplar las nubes inmóviles durante un cierto tiempo basta para que se tambalee el resto de vitalidad y de equilibro que todavía me queda.

1277 (Pág. 158 – 1)

13 de abril . Ayer por la tarde fuí a escuchar, a Pleyel, la Mathâuspassion. En un determinado momento, me dió por pensar que todos los hombres y mujeres de la orquesta y el coro serán cadáveres dentro de cincuenta años. Y de golpe ví sus esqueletos, cantando, tocando el violín, la flauta, etc.

1278 (Pág. 158 – 2)

Los dos pueblos que más he admirado, los alemanes y los judíos. Esa doble admiración, incompatible después de Hitler, me ha llevado a situaciones como mínimo delicadas y ha suscitado en mi vida conflictos que hubiera preferido evitar.

1279 (Pág. 158 – 3)

No son tus experiencias las que me interesan, sino la forma como las presentas. Una vida no es una obra.

1280 (Pág. 158 – 4)

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