domingo, marzo 02, 2008

Fragmentos del 1241 al 1260

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La despreocupación, señal por excelencia de un “corazón noble”. En la ansiedad entra desde la pusilanimidad hasta la cobardía.

1241 (Pág. 154 – 2)

La tristeza es un dolor que se va apaciguando indefinidamente.

1242 (Pág. 154 – 3)

Me pego contra un muro, a cada instante. Imposible desatascarlo, sea lo que sea, si no es con una interrogación que degenera en duda.
29 de marzo.
Noche atroz. Cada minuto... interminable. Los nervios, los reumatismos, el estómago sobre todo..., de acuerdo todos como en una conspiración para aplastarme, para dejarme fuera de juego.

1243 (Pág. 154 – 4)

No merece la pena buscar una formula de salud. Hay que dejarse vivir y sacar las conclusiones al respecto. Y sobre todo no olvidar la recomendación del Bhagavad-Gitâ : “Es mejor morir según la propia ley que salvarse con la de otro”.

1244 (Pág. 154 – 5)

Domingo 30 (o 31 de marzo). Esta tarde, después de haber acompañado a S. a la estación, crísis de depresión cercana al suicidio. ¡Nada, nada, nada! El vacío en mí y en torno a mí. Momentos como ése nos llevan derechitos al asilo. Además me encontré verdaderamente enajenado, en el sentido pleno del término. No estaba en mí. Pasaba al lado de una iglesia y entré sin pensarlo. ¿A qué viene mezclar a Dios con lo intolerable? No obstante, habría que encontrar una formula para rezar.

1245 (Pág. 154 – 6)

No se por qué milagrosa razón consigo durar.

1246 (Pág. 154 – 7)

Maldecir la existencia no es para mí un capricho ni un hábito, sino una terapéutica. Me alivia, lo he experimentado un número incalculable de veces. Para no sucumbir a la angustia ni al horror, me dedico a execrar lo que causa una y otro.

1247 (Pág. 154 – 8)

Sólo atacamos a los fracasados y a los que no tienen nada. Regla general : si se quiere pasar por justo, hay que alabar los defectos de los demás, nunca las cualidades.

1248 (Pág. 154 – 9)

Ir a un espectáculo o una reunión en la que se conoce a todo el mundo es una auténtica pesadilla. No entiendo cómo un hombre sensible puede aspirar a la celebridad. El ruego de Reverdy “¡Haz, Señor, que permanezca desconocido!” podrá parecer muy hermoso, pero desde luego no es nada sincero.

1249 (Pág. 155 – 1)

¿A qué será debido que, en la vida, la indignación nos aburra tan pronto, mientras que la decadencia nos parezca siempre justa?

1250 (Pág. 155 – 2)

¡Cuánto fragor sanguíneo en la humillación! Un hierro candente danzando en nuestras venas.

1251 (Pág. 155 – 3)

Cada día que pasa destiñe un poco más la imágen que me he hecho de mi Indiferencia.
Estoy encantado con no ser nada, pero no me gusta que los demás me tomen la palabra. Decididamente, nunca me acostumbraré al poco caso que me hacen. Vergüenza y desolación. ¡Malditos aquellos que no han vencido a su nombre!

1252 (Pág. 155 – 4)

Las naturalezas sensuales tienen miedo a la muerte (Tolstoi). Las “seráficas” (Novalis) no lo tienen.

1253 (Pág. 155 – 5)

Para sorprender el secreto de un ser nada como conocer sus bajezas. No las cotas de mezquindad que posee -y que acertadamente pueden suponersele-; pues son esas mismas facetas las que explican no qué es lo que anhela, sino porqué actúa, en general.

1254 (Pág. 155 – 6)

Todos los que me rodean hablan de doctrinas, y casi nadie de realidades o de experiencias. Pensadores, críticos, escritores, eruditos..., meras variedades del hombre exterior.

1255 (Pág. 155 – 7)

Mi pasión por las verdades jadeantes..., ¿será señal de inmadurez? ¿Una prueba de mi inaptitud para la sabiduría?

1256 (Pág. 155 – 8)

Si fuera creyente, sería cátaro.

1257 (Pág. 155 – 9)

Lo que hace de mi vida un sufrimiento constante es que para mí no existen las mismas cosas que para los demás, y que, si quiero seguir el juego, debo desplegar tal esfuerzo que éste me atormenta y me agota.

1258 (Pág. 155 – 10)

Mi espíritu es macizo. ¿Podría llegar a entreverse algo de él a través de sus fisuras?

1259 (Pág. 156 – 1)

¡Que yo tenga miedo a veces por el futuro de mis neuronas!

1260 (Pág. 156 – 2)
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