viernes, noviembre 23, 2007

Fragmentos del 1081 al 1100

Sobre cualquier cosa tengo, al menos, dos puntos de vista divergentes. De ahí mi indecisión teórica y práctica.

1081 (Pág. 137 – 3)

Un ibro sólo es fecundo y duraderoi si se presta a varias interpretaciones distintas. Las obras que se pueden encasillar son esencialmente perecederas.
Una obra vive por los malentendidos que suscita.

1082 (Pág. 137 – 4)

Nada podrá destruir en mí ni la duda, ni la nostalgia de lo absoluto.

1083 (Pág. 137 – 5)

En torno a los cuarenta años -puede que antes- dejé de creer en mi “destino”, renuncié incluso al afán de tener uno. Por aquella época (y sin duda para suplir el vacío de mi vida) fué cuando empecé a interesarme por aquellos que tienen uno, y me aficioné a la historia. Hoy mismo todavía, entre un escritor y un historiador, prefiero leer a éste ultimo.

1084 (Pág. 137 – 6)

Con veinte años leía a los filósofos, más tarde, hacia los treinta, a los poetas; ahora, a los historiadores.
¿Y los místicos? Siempre los he leído, pero desde hace ya un tiempo algo menos. Llegará un día en que los abandone completamente. ¿Cuando uno está incapacitado para sentir, no digo un trance, sino la sospecha de un trance..., a santo de qué andar tras el de otros? Yo he rozado -no, he conocido- el éxtasis tres o cuatro veces en toda mi vida; pero al modo de Kirolov, no de los creyentes. Experiencias divinas, sin embargo, porque me situaban por encima de Dios.

1085 (Pág. 137 – 7)

El verdadero escritor ama con pasión las apariencias, nunca busca la Verdad.
(Después de haber leido unas páginas de Saint-Simon).

1086 (Pág. 138 – 1)

Es falso eso de que no podamos vivir sin dioses. Primeramente porque nos conformamos con simulacros, y luego porque el hombre lo soporta todo y a todo se acostumbra. No es lo bastante noble como para morir de decepción.

1087 (Pág. 138 – 2)

Cada día que pasa lo compruebo : todas las personas que conozco, sea lo que sea lo que hagan, buscan ardientemente la gloria, o al menos el renombre. Pasión asquerosa y sin embargo comprensible, diría que inevitable.
Cuando uno mismo ha deseado esa misma gloria, molesta ver a los demas aspirar y atormentarse por tamaña quimera. Librarnos de ella es perder una innegable fuente de sufrimientos. Pero no es tan fácil conseguirlo.

1088 (Pág. 138 – 3)

No puedo imaginar a un Pascal intentando ser “original”.
La búsqueda de la originalidad es casi siempre la marca de un espíritu de segundo orden.

1089 (Pág. 138 – 4)

Tengo la sensación de ser un corredor que, retirado de la carrera, se pusiera a meditar sobre ella.
El acto de pensar va acompañado de un cierto desaliento. El espíritu es a la vez causa y efecto de nuestras inhibiciones, de nuestras tentativas abortadas, de toda manifestación de impotencia, sea cual sea.

1090 (Pág. 138 – 5)

Sólo he encontrado a dos hombres que, en contacto con la religión, me dieran la impresión de haber alcanzado algo así como una santidad: un periodista de provincias en Rumanía y un orfebre argentino. El primero era unitario, el segundo judío (pasó en la India dos años que le marcaron enormemente). Nadie como ellos me ha hablado con tanta pureza de los asuntos religiosos. Uno y otro desprendían una luz que no he vuelto a encontrar en parte alguna.

1091 (Pág. 138 – 6)

A fuerza de repetirme a mí mismo que los demás hacen demasiado, no sé ahora si yo mismo haré lo suficiente..., por usar un giro “eufemístico”.

1092 (Pág. 138 – 7)

Si no reconfortante, al menos es halagador pensar que uno no morirá sin haberlo dado todo de sí.

1093 (Pág. 138 – 8)

Los últimos a quienes perdonamos lo que consideramos una infidelidad son aquellos a los que hemos decepcionado.
O sino : Perdonamos las infidelidades de todo el mundo, salvo la de aquellos a quienes hemos decepcionado.
O sino : Somos siempre inflexibles con aquellos que nos han decepcionado.

1094 (Pág. 139 – 1)

Pienso en un montón de personas conocidas que ya han muerto. ¿Qué queda de ellos? Nada, ni siquiera mi recuerdo, que no hace sino confirmarme su nada.

1095 (Pág. 139 – 2)

Es indecente decir “yo”, cuando convendría mejor “nos”. Es posible, ¡pero es mucho más cómodo el “yo”, más agradable! Hipocresía de la impersonalidad.
Yo no he nacido de cara al objeto.

1096 (Pág. 139 – 3)

Durante mucho tiempo, pero mucho tiempo, estuve alimentando el deseo al levantarme de que el fin del mundo sobreviniera en el transcurso de la jornada.

1097 (Pág. 139 – 4)

Para acometer cualquier otra realidad, es preciso romper las categorías donde está confinado el espíritu; hay que comenzar de nuevo el Conocimiento.

1098 (Pág. 139 – 5)

Hablar sin ironía de nuestros éxitos es una muestra de gran indelicadeza (aún más todavía que hablar de la riqueza propia, porque ésta no es más que algo sobrevenido, mientras que la fama es una opinión, un juicio de valor).

1099 (Pág. 139 – 6)

31 de diciembre de 1962. Hemos pasado.
X me enumera sus deseos, y me habla de sus enfermedades, con una voz desesperada. Todo lo que puedo decirle es que hay seres que deben sufrir, porque ese es su sino. Y añado, a guisa de consuelo, que se puede vivir y sufrir, que se puede perfectamente incluso continuar, a pesar del desánimo. Me puse como ejemplo: ¡más treinta años seguidos aquejado de diversas enfermedades!

1100 (Pág. 139 – 7)

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