sábado, octubre 20, 2007

Fragmentos del 1041 al 1060

El maestría consiste en saber hablar de uno mismo con un tono impersonal (El secreto de los moralistas).

1041 (Pág. 131 – 10)

Sea en el campo que sea, hay que saber rechazar. El sabio es aquel que más rehúsa, siempre y en todo momento bajo la máscara de la aceptación. Como si dijéramos, contestando amén a todo..., pero sin casarse con nadie.

1042 (Pág. 132 – 1)

Sólo conozco dos definiciones de la poesía: la de los aztecas (“El viento que viene de los dioses...”), y la de Emily Dickinson (aquella en la que decía que reconocía la verdadera poesía cuando la embargaba un frio glacial tal, que notaba que nada volvería a hacerla entrar en calor de nuevo). (Buscar el pasaje).

1043 (Pág. 132 – 2)

Debería prohibirme la lectura de libros de sabiduría oriental, porque sólo me sirven para reafirmarme en mi inadaptabilidad a la vida.

1044 (Pág. 132 – 3)

El escepticismo tiene mala prensa. Y sin embargo ¡qué osadías tras su paso altanero e indiferente! Es el fruto mismo de una vitalidad insegura, profundamente embrionaria.

1045 (Pág. 132 – 4)

14 de diciembre. Ayer noche tardé mucho tiempo en dormirme. Estuve trabajando, en el mejor sentido de la palabra, con un horror tal a la carne, que en vez de acostarme, debería de haber escapado a cualquier parte a emborracharme.
Creo que una planta nunca apesta, que su descomposición no tiene nada de horrible. Pero la carne es una podredumbre pura y simple. La vida no debería haber hecho el esfuerzo de abandonar el estado vegetal. Todo lo que ha venido después es auténticamente repugnante, espantoso. Definición de ser vivo: aquello que aún no apesta. Me aterra el espectáculo de todos los cadáveres que me rodean, sin excluir el mío. Del insecto al hombre, todo lo que se mueve me hace estremecer y me sumerje en un disgusto tembloroso. El reino animal es una traición con respecto al vegetal, del mismo modo que éste lo es con relación al mineral.

1046 (Pág. 132 – 5)

Esta mañana, he pensado durante toda una hora, es decir, he agravado otro tanto más mis incertidumbres.

1047 (Pág. 132 – 6)

Si poseyera un espíritu algo más claro y preciso, me consagraría exclusivamente al estudio de las enfermedades del lenguaje.

1048 (Pág. 132 – 7)

“Mi conciencia está en venta y nadie me la quiere comprar”, le gustaba repetir a un periodista rumano. Entre los balcánicos el cinismo adquiere proporciones que un occidental no alcanza a sospechar. De ese modo damos salida a humillaciones sin cuento, a una desesperación muy vieja y lúcida acerca de lo que todavía somos .

1049 (Pág. 132 – 8) (Pág. 133 – 1)

Centenario de Barrès..., y ningunas ganas de releerlo. ¡Y, sin embargo, hace treinta y cinco años, qué acontecimiento fueron para mí Amori et Dolori sacrum, Du sang, de la volupté et de la mort, Un jargin sur l’Oronte! Ningún otro francés como él, en este siglo, habrá tenido un sentimiento tan profundo de la muerte. Ninguno habrá hollado con tal fervor el secreto de la melancolía,

1050 (Pág. 133 – 2)

Cuando uno está “loco” y se deja de ser, forzosamente se sobrevive. ¡Yo mismo, con veinte años! No puedo soñar con ello sin execrar el personaje que actualmente soy.

1051 (Pág. 133 – 3)

Todo movimiento creador implica un tanto de prostitución. Se aplique a Dios o a cualquiera que posea talento alguno. Es algo que no debería exteriorizarse, si se desea permanecer puro. Entrar en uno, en toda situación y momento..., he aquí el deber del hombre “interior”. El otro, el exterior, apenas cuenta: forma parte de la “humanidad”.

1052 (Pág. 133 – 4)

15 de diciembre. Día de lluvia. He estado durmiento todo el día. Deseos de volver a sumergirme en la materia, de confundirme con ella. Ese ha sido mi Descenso a los elementos.

1053 (Pág. 133 – 5)

Que a los cincuenta años se puedan atravesar crísis de fatiga como la que actualmente padezco es algo que me supera y me espanta. Me siento el centro de un entorpecimiento cósmico, como desindividualizado a ojos vista. ¡Acabemos de una vez con este viejo Yo!

1054 (Pág. 133 – 6)

El arte del desprecio, si existe alguno, no puede consistir más que en perder el tiempo: sólo éso nos concede una superioridad sobre la vida, si no sobre los seres.

1055 (Pág. 133 – 7)

Sólo aquello que hemos descubierno por nosotros mismos existe; son, también, las únicas cosas que realmente conocemos. Todo lo demás es verborrea.
Hay que desconfiar del afán de instruirse. Siempre se dirige contra nosotros, aunque nos sirva en cualquier caso: hay que saber pocas cosas, pero de una forma absoluta.
La palabra profunda de la Gitâ, que nuestro espíritu debe tener siempre presente: “Es preferible perecer bajo la propia ley, que salvarse con la de otro”.
Realizarse es saber limitarse. El fracaso es la consecuencia de una excesiva disponibilidad.

1056 (Pág. 133 – 8) (Pág. 134 – 1)

Todo lo que nos molesta nos permite definirnos. Sin limitaciones no existe conciencia propia alguna.

1057 (Pág. 134 – 2)

19 de diciembre. Ayer perdí dos horas en la biblioteca de la Sorbona y hoy otras dos en la del Instituto Católico. ¿Por qué? Buscando libros. Esta tarde, despues de andar hurgando hasta la ebriedad y el vértigo en el fichero de la Católica, me salí a pasear al parque de Luxemburgo, disgustado, envuelto en tristes reflexiones sobre mi situación. ¿A santo de qué esa lamentable huída, si no engaño a nadie, ni siquiera a mí mismo? Bien sabido tengo que estoy siempre corriendo tras los libros, que me abrigo con ellos por así decirlo, con tal de no trabajar y eludir así el deber que tengo de hacer una “obra”, de escribir, de no ofrecer a la sonrisa burlona de los demás la impresión de ser un fracasado. Pero me desparramo, me empeño en defraudar a todo el mundo y por lo mismo a agriarme. En el fondo no soy más que un erudito bastante penoso, porque esa erudición, en el caso de que la tenga, la disimulo, no la exploto con seguridad para nada.

1058 (Pág. 134 – 3)

Pobre del escritor al que yo haya admirado sobremanera. Mi admiración no tardará en convertirse en odio o asco. No puedo perdonar a aquellos que he convertido en mis ídolos. Tarde o temprano, me erijo en iconoclasta.

1059 (Pág. 134 – 4)

Je, je, je...., ¡qué cansancio!

1060 (Pág. 134 – 5)
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1 comentario:

Abel Granda dijo...

Gracias Jorgewic, tras la lectura de estos fragmentos, sé que volveré a Cioran.