domingo, septiembre 16, 2007

Fragmentos del 981 al 1000

Vuelvo a sumergirme en los escépticos griegos (con voluptuosidad, debo añadir). Me encantan esos malabarismos verbales que desembocan en la nada, esos charlatanes que llegan a las mismas conclusiones que un Buda. Creo haberlo dejado dicho ya: estos griegos eran unos abogados sutiles.

981 (Pág. 124 – 4)

Nunca he querido una cosa sin desear al mismo tiempo o inmediatamente después la contraria.

982 (Pág. 124 – 5)

En los países latinos donde la palabra no cuesta nada, el laconismo es considerado una estupidez.

983 (Pág. 124 – 6)

Toda certidumbre que se retira de nuestra consciencia por principio la alivia, luego la entorpece con un nuevo interrogante.

984 (Pág. 124 – 7)

Escribir, éso no es pensar, es una mueca o, mejor dicho, una imitación del pensamiento.

985 (Pág. 124 – 8)

¡Es increíble hasta qué extremo me he desembarazado de Rilke! Hay en él un abuso del tono poético de todo punto intolerable. No comprendo mi antiguo entusiasmo por él. He cambiado sin duda con los años. Lamento decir lo poco que me queda de los remilgos de Rilke (excepto en ciertos sonetos y en las elegías). Lo que en él parecía representar a la poesía misma, suena de pronto totalmente a hueco. Todavía un adios.

986 (Pág. 124 – 9) (Pág. 125 – 1)

11 de noviembre de 1962.
El razonamiento no surge del escepticismo, sino de un acto de la voluntad, entiendo que de una decisión instintiva.
(Tengo la certeza de que jamás escaparé a la duda, sea cual sea mi “evolución”. Porque estoy psicológicamente acoplado a un pliegue escéptico).

987 (Pág. 125 – 2)

Me enorgullezco únicamente de haber comprendido muy pronto, antes de los veinte años, que no hay que tener hijos. De ahí vienen mi horror al matrimonio, a la familia y a todas las convenciones sociales. Es un crímen transmitir las taras propias a una progenitura, y obligarlos así a pasar por las mismas duras pruebas que nosotros, por un calvario quizás peor que el nuestro. Nunca he podido consentir la idea de dar la vida a alguien que heredaría mis desgracias y mis males. Los padres son todos unos irresponsables o unos asesinos. Sólo los animales deberían dedicarse a procrear. La piedad impide ser “genitor” : la palabra más atroz que conozco.

988 (Pág. 125 – 3)

“Despiadado por vanidad”..., esta frase de Custine define al francés con una precisión innegable. Y sirve, en todo caso, para explicar la Gran Revolución y las no menos pequeñas.

989 (Pág. 125 – 4)

13 de noviembre de 1962.
La noche pasada, me desperté definitivamente después de dos horas de dormitar. Rara vez he conocido con tal intensidad la toma de conciencia de la consciencia (¡), quiero decir el hecho de tener consciencia de que se es consciente.
Como una astilla en la carne, no, como un puñal..., se me apareció la consciencia.

990 (Pág. 125 – 5)

Leí ayer Heinrich von Kleists Lebenspuren, un libro que contiene todos los documentos que poseyó en su vida, en esa vida constantemente transfigurada por el fracaso.

991 (Pág. 125 – 6)

La dispersión..., mi mayor vicio espiritual. Soy un obseso que no puede concentrarse. ¡Un poco de método, por Dios! Busco ese método como otros buscan la salvación.

992 (Pág. 125 – 7)

El otro no es más que un alimento de mi ansiedad. Soy sociable..., contra mí mismo, por masoquismo.

993 (Pág. 126 – 1)

Verdaderamente, no merece la pena escribir las Confesiones si no se dirigen a Dios. Sólo por haber comprendido esto, merece San Agustín ser releido a menudo, por muy irritante que sea por otra parte. (Yo le encuentro una verborrea que hace recordar la de Cicerón).

994 (Pág. 126 – 2)

Me relamo de un placer malsano al abandonar una idea después de haberle dibujado sus contornos.

995 (Pág. 126 – 3)

Nada nos revela tanto acerca de nuestras reacciones como las más mezquinas. Son las que traicionan nuestro verdadero fondo, porque aparecen sin que tengamos el menor poder sobre ellas.

996 (Pág. 126 – 4)

Siento una gran necesidad de romper con bastante gente, y en un primerísimo lugar con los amigos; despues renuncio a ello, el tiempo se encargará.

997 (Pág. 126 – 5)

Comprendo perfectamente que a partir de cierto momento no se quiera ver a fulano o mengano. Pienso en X y en Y, que me hacían firmar regularmente a su paso por París, y que se han eclipsado. Estaba equivocado en mi resentimiento hacia ellos, porque mi reacción es idéntica a la suya, salvo que apunta a otros que no son ellos. La vida es una escuela de despedidas; es preciso aprender a desatar los lazos que nos unen a nuestros amigos.

998 (Pág. 126 – 6)

Mis recuerdos, quiero decir de imágenes, invaden sin cesar mis ideas; no me impiden pensar, me impiden tener inspiración pensando. A veces me parece que he perdido el control de mi memoria. El pasado viene a tirarse alocadamente a bloquear el instante e impedir al espíritu desarrollarse.

999 (Pág. 126 – 7)

Para un escritor es preferible dedicarse a escribir sin decir nada que a leer. La escritura es un ejercicio, la lectura no.
(Ich habe mich... totgelesen) [Yo me mato a leer].
Escribir una simple carta se acerca más a lo que es una actividad creativa que leer la Fenomenología del Espíritu.
Una frase de nuestra cosecha exige la puesta en escena de todas nuestras facultades; apenas un poco de atención es suficiente para recorrer un texto.

1000 (Pág. 126 – 8)

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