sábado, septiembre 29, 2007

Fragmentos del 1001 al 1020

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Los grandes lectores son los voluptuosos, los perezosos, los abúlicos, todos aquellos que felizmente rehuyen la responsabilidad.

1001 (Pág. 127 – 1)

Aún recuerdo la profunda impresión que me produjo, a los dieciseis años, la siguiente observación de Amiel : “la responsabilidad es mi pesadilla invisible”.

1002 (Pág. 127 – 2)

El autor de un artículo sobre el Zen cuenta de un misionero cristiano que, habiendo vivido en Japón durante dieciocho años, no convirtió en total y por completo más que sesenta almas. Y todavía, en el último momento, se le escaparon : todos esos conversos murieron a la manera japonesa, sin tormento ni remordimiento, como si con su nacimiento no hubieran puesto más que un pie sobre la tierra.
En el fondo, el desapego no se aprende nunca, está inscrito en una civilización. No es un destino, es un don.

1003 (Pág. 127 – 3)

De un canto de soldados japoneses del tiempo de las luchas contra los Mongoles : “No hay pulgada de tierra en el mundo donde pueda clavarse una estaca. Me regocijo ante la nada de todas las cosas, de mi mismo y del universo entero. Honor al largo sable de tres pies que blanden los grandes soldados mongoles, porque es como el relámpago que corta la brisa primaveral”. (Citado por Tucci en Presencia del budismo).

1004 (Pág. 127 – 4)

¡Cuando se piensa en los salones literarios alemanes del Romanticismo, en Henriette Herz, en Rahel Levin, en la amistad de ésta, judía, con el príncipe Louis-Ferdinand, y cuando se repara en que, un siglo después, habríamos de asistir en ese mismo país al ascenso del nazismo! Decididamente, la fe en el progreso es la más necia y estupida de todas las creencias.

1005 (Pág. 127 – 5)

Noto perfectamente cuanto de falso hay en el romanticismo alemán (debería decir en los románticos); pero esa misma falsedad, que adoro, es un fenómeno que me colma. Quisiera estudiarlo y consagrarle todo mi tiempo, leer todas las cartas de la época, especialmente -y en primer lugar- las de las mujeres. (¡Y yo que pensaba que se había acabado mi pasión por esas figuras medio-ficticias! ¡Qué prestigio para mí, ese desequilibrio y un poco de declamación!).

1006 (Pág. 127 – 6)

Me asombra contemplar la cantidad de tiempo que he consagrado a lamentarme acerca de todo, y principalmente de mí. Pero si algo valgo, es gracias a ese tiempo desperdiciado según los hombres, no según Dios.

1007 (Pág. 127 – 7)

Mientras mantengo a la vez la lectura de libros que no tienen nada en común, trabajo en tres textos diferentes que se parecen demasiado, con el fin de que reflejen mis estados de ánimo uniformemente sombríos.

1008 (Pág. 128 – 1)

Ayer, en la Samaritaine, una mujer a mi lado, en la caja, olía tan mal que estuve a punto de desmayarme. Estoy seguro de que ningún animal ha desprendido jamás semejante mal olor. Me ponía tan enfermo, que si me encerraran con una mujer parecida hubieran podido sacar de mí cualquier secreto. Todo, hasta el deshonor y la traición, antes que soportar un minuto esa clase de pestilencia. (Los torturadores carecen de imaginación).

1009 (Pág. 128 – 2)

Existe una poesía francesa, pero no hay nada poético en la vida francesa (a excepción de la Bretaña anterior al turismo).

1010 (Pág. 128 – 3)

“La tristeza persistirá siempre”. Estas fueron, al parecer las últimas palabras de Van Gogh. (Las mismas que yo mismo, sobre mí, habría podido decir en cualquier momento de mi vida).

1011 (Pág. 128 – 4)

En mí, todo tiene una base psicológica y metafísica. He superado lo “físico”...

1012 (Pág. 128 – 5)

Llega un momento en la vida en que uno sólo se imita a sí mismo.

1013 (Pág. 128 – 6)

Nada peor que un sabio... parlanchín. Un libro de sabiduría no debería sobrepasar las dimensiones del Tao Te King. ¡Y cuando se piensa que incluso el mismo Lao-Tse se repite!

1014 (Pág. 128 – 7)

La noche pasada, -¿estaba yo soñando o en vela?, no lo sé-, he visto algunos episodios de mi adolescencia, con una precisión alucinante. Me sentía literalmente atrapado por mi infancia..., que se despierta y expulsa al anciano en que me estoy convirtiendo poco a poco..., en que me he convertido, debería decir más bien.

1015 (Pág. 128 – 8)

Tengo algo de eslavo y de magiar, nada de latino.

1016 (Pág. 128 – 9)

Los escritores, los poetas sobre todo, los que ejercen una muy vasta influencia, se convierten pronto en ilegibles. Byron es el ejemplo más ilustre de ello. Rousseau también, en menor grado sin embargo.

1017 (Pág. 128 – 10)

Una obra pasa por tres fases : la de los fervientes primero, después la de los curiosos y, finalmente, la de los profesores.

1018 (Pág. 128 – 11)

“Lo que es inestable es dolor ; lo que es dolor es no-ser. Lo que es no-ser, no es nuestro, yo no soy éso, éso no es mío” (Samyutta Nikaya).
Lo que es dolor es no-ser. Es difícil, imposible estar de acuerdo con el budismo en este punto, capital por otro lado. para nosotros el dolor es todo lo que hay de más en uno mismo. ¡Vaya una religión rara! Contempla el dolor en todas las cosas y la declara al mismo tiempo irreal.
Acepto el dolor, no sabría pasarme sin él, y no puedo en nombre de la piedad (como hace Buda) negarle toda categoría metafísica. El budismo asimila la apariencia al dolor, los confunde incluso. De hecho, es el dolor lo que otorga una dimensión, una profundidad y una realidad a la apariencia.

1019 (Pág. 129 – 1)

Todo lo que es inestable no necesariamente es dolor. La apariencia no es dolor, tampoco la ilusión; sin ellos el dolor, en su misma esencia, sería por tanto ilusorio. Y eso es algo dificil de admitir.

1020 (Pág. 129 – 2)
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