viernes, septiembre 07, 2007

Fragmentos del 961 al 980

Zutano y mengano (¿para qué identificarlos?), que multiplican sus libros para decir indefinidamente lo mismo.
A partir de una cierta edad, un escritor debería cambiar de género..., o dejar de escribir o al menos de publicar del todo.

961 (Pág. 122 – 2)

Repetirse es un pecado contra el espíritu. ¡Cómo aprecio los escritores que no han escrito casi nada!

962 (Pág. 122 – 3)

La confesión más verdadera es aquella que hacemos indirectamente, hablando de los demás.

963 (Pág. 122 – 4)

En uno de los libros mejor traducidos que conozco (me refiero a Las variedades de la experiencia religiosa de James), no he encontrado más que una expresión dudosa: “los abismos del escepticismo”... Hay que decir una duda, porque “escepticismo” en francés comporta un matiz de diletantismo y de ligereza que excluye toda asociación con “abismo”.

964 (Pág. 122 – 5)

Es preciso que un libro tenga peso y se presente como una fatalidad, que nos produzca al leerlo la impresión de que no habría podido dejar de ser escrito. En fin, que aparezca por un fallo de la Providencia.

965 (Pág. 122 – 6)

El genio francés es el genio de la formula. Es un pueblo al que le gustan las definiciones, es decir, lo que menos relación tiene con las cosas.

966 (Pág. 122 – 7)

En cuanto que se cae en una certeza, ya no se busca más; dejamos de tener cuidado de nosotros, y por lo mismo de las cosas. La confianza en uno es fuente de acción y de error.

967 (Pág. 122 – 8)

El estilo hablado es el único soportable. No hay nada comparable al tono directo.

968 (Pág. 122 – 9)

No aceptamos una creencia porque sea verdadera (todas lo son), sino porque la necesitamos y porque una fuerza oscura nos empuja hacia ella.
Que esta fuerza nos haga falta..., ahí está el escepticismo.
El escepticismo radical, “doloroso”, si se quiere, es apenas concecible sin un reflujo de vitalidad, el cual es el resposable de nuestras dudas.
O más bien, no hay escepticismo sin una vitalidad menguante.

969 (Pág. 122 – 10) (Pág. 123 – 1)

Tarareo a lo largo de la jornada fragmentos del Requiem de Mozart. ¿No busqué en Viena, y en primer lugar de todo, la casa donde lo compuso? ¡Había sido demolida ya! Hacía más de un siglo.

970 (Pág. 123 – 2)

“La muerte es demasiado cierta, olvidémosla” (Balzac).

971 (Pág. 123 – 3)

Leo en un estudio psiquiátrico el caso de una monja que, con una púa empapada en su sangre, escribió sobre una hoja de papel: “¡Oh, Satan, mi Maestro, me entrego a tí para siempre!”.

972 (Pág. 123 – 4)

Para alejar al demonio, es preciso quemar azúcar a los pies de la cama. Práctica popular en Francia.

973 (Pág. 123 – 5)

Desde que puedo recordar, siento odio por todos mis vecinos. Sentir que alguien vive al lado, al otro lado de la pared, escuchar el ruido que hace, percibir su presencia, imaginar su respiración..., todo éso me vuelve loco desde siempre. No, al prójimo -en el sentido físico del término- nunca he podido amarlo..., y además, es que es imposible amarlo. Es esencialmente detestable..., para todo el mundo. Y si no se puede amar al prójimo que se conoce, ¿a santo de qué al que se ignora, y del que apenas tenemos algo más que una idea abstracta? En resumen, se puede sentir piedad por los hombres, pero amor...

974 (Pág. 123 – 6)

Nada verdaderablemente profundo puede salir de la protesta.

975 (Pág. 123 – 7)

Renovarse es cambiar de opinión, renegarse.
Muy afortunadamente, hay en toda deserción un placer secreto, posiblemente equívoco, y de cual sería absurdo privarse.

976 (Pág. 123 – 8)

Intento releer el Fausto, treinta años después. Me resulta imposible, como siempre: no consigo penetrar el mundo de Goethe. Sólo me gustan los escritores enfermos, heridos de una forma o de otra. Goethe me parece frío y envarado, alguien a quien nunca llamaríamos en un momento de angustia. No de él, sino de un Kleist es de quien nos sentimos más cercanos. Una vida sin fracasos importantes, misteriosos o sospechosos no nos seduce apenas.

977 (Pág. 123 – 9)

Un libro sólo es un acontecimiento para el autor. Me asombro siempre que veo a un escritor en tales momentos dejandose llevar malamente por las emociones del novato.
Un autor es un hombre que no ha comprendido nada.

978 (Pág. 124 – 1)

Desde hace algunos días leo las novelas de Kleist. Son hermosas, pero es su suicidio lo que les presta una dimensión que de otra forma no tendrían. Es imposible leer una línea de Kleist si pensar que se mató. Su Freitod encarna su vida, como si él estuviera suicidado desde siempre.

979 (Pág. 124 – 2)

¡Estos ataques de cólera, de locura! Hago discursos que me agotan dirigidos a enemigos reales o imaginarios..., digamos reales, pero a propósito de incidentes imaginarios.

980 (Pág. 124 – 3)

No hay comentarios: