sábado, agosto 25, 2007

Fragmentos del 941 al 960

Hoy día ya no es posible entusiasmarse por la técnica. Quien se somete a ella es un inocente o un loco.
Cada día que pasa aumentan los peligros que corre la humanidad, que pagará caro ese “progreso” que no deja de generar. Los modos de preservar la vida son irrisorios frente a los susceptibles de destruirla; y, emprenda lo que emprenda el hombre, nunca se dará cuenta de esta desproporción. Lo que se ha tardado meses o años en construir, se destruye en un instante. Y lo que torna tan inmoral esa misma destrucción, es su facilidad. Excepto para el suicida, toda destrucción es fácil. Ahí están las ideas edificantes...

941 (Pág. 119 – 2)

Toda actividad consciente estorba a la vida. Espontaneidad y lucidez son incompatibles.
Todo acto esencialmente vital al que la atención se aplique se lleva a cabo con pena y deja tras de sí un regusto de insatisfacción.
En relación con los fenómenos vitales el espíritu juega el papel de un aguafiestas.
El estado de inconsciencia es el estado natural de la vida, donde se encuentra a gusto, donde prospera y conoce el placentero sueño del crecimiento. En cuanto que despierta -y cuando está en vela sobre todo- la vida deviene jadeante y opresiva, comenzando a marchitarse.

942 (Pág. 119 – 3)

Cuando se quiere adoptar una decisión nada hay más peligroso que consultar a otro. Fuera de dos o tres personas, no hay nadie en el mundo que desee nuestro bien.
Los sentimientos entre amigos son necesariamente falsos. ¿Cómo encariñarse sin segundas intenciones de alguien al que conocemos demasiado bien?

943 (Pág. 119 – 4)

Se diría que la materia, celosa de la vida, se dedica a espiarla para encontrar sus puntos débiles y atacarla en un momento de descuido. Es que la vida no es tal sino por infidelidad a la materia.
Imagino bien a los elementos eternamente asqueados en sus repetidas combinaciones, sin variación ni sorpresa, queriendo romper las ligaduras de un tema definido. La vida no es más que una disgresión de la materia.

944 (Pág. 119 – 5) (Pág. 120 – 1)

¡Cuando pienso que en mi juventud la anarquista me parecía el tipo de humanidad más lograda! ¿Es señal de progreso o de decadencia haber llegado a un estado de resignación que me hace contemplar todo acto de rebelión como una muestra de infantilismo?
Sin embargo, si bien ya no me rebelo, sigo en cambio indignándome (lo que quizás viene a ser lo mismo). Y es que vida e indignación son dos términos casi equivalentes. Nada de lo viviente es neutro. La neutralidad es un triunfo sobre la vida, no de la vida.

945 (Pág. 120 – 2)

No siento aprecio más que por quienes pueden sufrir en abstracto, y que no encuentran ninguna diferencia entre sufrimiento y la idea de sufrimiento.

946 (Pág. 120 – 3)

Si el mundo desapareciera, no tendría ninguna importancia. Lo importante es que haya sido y que sea todavía, aunque no fuera más que por un segundo.

947 (Pág. 120 – 4)

Cada vez que el futuro me parece concebible y admisible, tengo la impresión de haber obtenido una victoria sobre mis humores y mis ideas. O mejor, de haber sido tocado por la Gracia.

948 (Pág. 120 – 5)

26 de octubre de 1962.
Después de meses de buen tiempo, ya tenemos el cielo cubierto. Respiro. Necesito las nubes como otros el cielo azul.

949 (Pág. 120 – 6)

El truco de los tres adjetivos de Proust, que parecen anularse y en realidad se complementan. Un ejemplo entre cien, entre mil..., la ironía de M. Charlus caracterizada como “amarga, dogmática y exasperada”.

950 (Pág. 120 – 7)

Siempre que vuelvo a Proust empiezo enfadandome, me parece anticuado y no siento ganas más que de tirar el libro. Pero al cabo de cierto número de páginas (y saltandome ciertas escenas), el encanto vuelve a surtir efecto, sea a causa de tal o cual hallazgo verbal, o de tal o cual anotación psicológica. (Proust está claramente en la línea de los moralistas franceses. Rebosa de aforismos : se encuentran en cada página, en cada frase incluso, máximas arrastradas por un torbellino. Para que el lector las descubra debe detenerse y no dejarse llevar demasiado por la frase).

951 (Pág. 120 – 8) (Pág. 121 – 1)

La idea rota, fragmentaria, tiene todo el descosido de la vida, mientras que la otra, la coherente, no respeta más leyes que las propias y no condesciende jamás a reflejar la vida, todavía menos a pactar con ella.

952 (Pág. 121 – 2)

Llamo “naïf” al que no se da cuenta de su insignificancia y, en consecuencia, se regocija con una alabanza. He notado que la definición engloba a la casi totalidad de los hombres.

953 (Pág. 121 – 3)

Es un suplicio para mí estar en el mundo. Hallar las debilidades propias en los demás, encontrar por todas partes las huellas del pecado original, verlas multiplicarse, leer sus defectos en la mirada del primero que llega.

954 (Pág. 121 – 4)

Mi desgracia ha sido haber aprendido bastante pronto a tener cuidado. Y si fuera creyente, que en mi impulso hacia Dios no hay restricciones y ni resto de insinceridad.

955 (Pág. 121 – 5)

Es humanamente imposible perdonar una palabra hiriente; se puede olvidar..., involuntariamente, claro está. Es lo que ocurre en la mayoría de los casos. El instinto de convervación es la causa de los desfallecimientos de la memoria.

956 (Pág. 121 – 6)

Vivimos todos entre obstáculos; el santo mismo está encadenado..., a la eternidad.

957 (Pág. 121 – 7)

Hace años que viene desencantandome Valéry. Cuando pienso en la influencia que ejerció sobre mi (apreciable en el Breviario de podredumbre). Su estilo que tanto amé, ahora me irrita. Después siempre quiso parecer inteligente. La elegancia perjudica a la idea. Y él es muy elegante.

958 (Pág. 121 – 9)

Más sobre Valéry. Su atención a las palabras es nefasta. Pero no es sólo éso. Para que una idea dure y nos agarre, es preciso que tenga algo de necesaria y de patética (un patetismo lo bastante velado). Pero Valéry fue un hombre que se ufanaba de su inteligencia, que abusó de la idea que se había formado de su inteligencia. Su nihilismo me cautivó. Tenía un dejo trágico..., cuando no creía en nada. Sin lo cual se cae en el ejercicio. Ese fué el caso de Valéry.

959 (Pág. 121 – 10)

Todo hombre eficaz crea su propia leyenda..., a la cual acaba por creer, a la cual debe creer, so pena de caer y sumirse en la inutilidad.

960 (Pág. 122 – 1)

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