domingo, agosto 12, 2007

Fragmentos del 921 al 940

El sueño, al abolir el tiempo, suprime la muerte. Los difuntos vienen a hablarnos. Esta noche he soñado con mi padre. Estaba tal y como siempre le conocí. Nos hemos abrazado como hacen los rumanos, pero con la frialdad de costumbre. He sabido por ese beso glacial, púdico, que en efecto era él.
No hay otra resurrección que la del sueño. Para desesperación de todos los creyentes.

921 (Pág. 116 – 5)

Se dice en el Zohar : “Apareció el hombre y en seguida surgieron las flores”.
Pero la verdad es al revés, Todo hombre que nace representa la muerte de una flor.

922 (Pág. 116 – 6)

Una de las raras ventajas que he tenido ha sido la de comprender, a los veinte años, que la filosofía carecía de respuestas para nada, y que incluso sus preguntas eran superfluas.

923 (Pág. 116 – 7)

Es extraño que aquellos que no me conocen de nada cuestionen mi “sinceridad”, que es precisamente mi cualidad más evidente...

924 (Pág. 116 – 8)

Vivir es poder indignarse. El sabio es un hombre que ha dejado de indignarse. Por eso no está por encima, sino al lado de la vida.

925 (Pág. 116 – 9)

Mis males me sirven de excusa : me dispensan de realizarme, me cubren a mis propios ojos, justifican mi ineficacia.

926 (Pág. 117 – 1)

Nos son insoportables todos aquellos que tienen los mismos defectos que nosotros (más incluso que quienes los tienen similares). El desprecio de los franceses hacia los italianos, o esa falta de curiosidad por las cosas españolas (en literatura, se entiende).
Todos esos pueblos llamados latinos no son más que unos farsantes.

927 (Pág. 117 – 2)

No habría que responder nunca a las cartas de desconocidos. En cuanto que las he abierto, ya está, ahora me doy cuenta, porque se habla de mí en “la prensa”. Luego estoy sin publicar nada y hay una cierta “conspiración del silencio” (¡), nadie más parece darse cuenta de mi existencia. Es entonces cuando me felicito. ¡Pero qué lección! ¡Y pensar que yo he creido, como cada hijo de vecino, en los “admiradores”!

928 (Pág. 117 – 3)

Intento, desde hace unos días, ver qué quiere decirse exactamente con esa idea del super-hombre. Y bien, cuanto más me esfuerzo por precisar su sentido, más encuentro que no tiene ninguno. Es una idea tan pueril como delirante. O más bien una gran idea para adolescente o para el populacho. Hay toda una vertiente penosa en Nietsche, debida en gran medida a su exceso de genio y su falta de madurez, al hecho de que no haya tenido tiempo de envejecer, yo diría incluso de conocer el desengaño, el disgusto sereno.

929 (Pág. 117 – 4)

Desde que he dejado de escribir me he dado cuenta de que todo lo que hacen los demás carece de realidad. Antes también lo pensaba, pero sin la certeza de ahora. La esterilidad vuelve lucido y despiadado. Y frío. No hay calor como el de la ilusión, con su facultad para derramarse sobre uno y sobre los demás.

930 (Pág. 117 – 5)

Después de los cincuenta, el tiempo tiene el aspecto de querer hacer el movimiento inverso, de recular hacia sus orígenes, de desenrollarse a recuperar sus instantes, como si tuviera canguelo de seguir y ya hubiera dado lo mejor de sí. ¿De qué podría servir en adelante, en efecto, sino como relleno?

931 (Pág. 117 – 6)

Entre Enghien y París, y más tarde entre la estación del Norte y el Odeón..., una increíble multitud se aplastaba en el tren y el metro. Multitud de niñas. ¿De dónde han salido? ¿Para qué las han traído al mundo? Toda esa carne sin necesidad, tanto alarde de nada humana me llena de disgusto. La espantosa multiplicación del hombre me parece uno de los indicios más claros de que se encuentra amenazado, de que se acerca un giro fatal.

932 (Pág. 117 – 7) (Pág. 118 – 1)

Cuatro o cinco personas solamente en la sala de reposo del establecimiento termal de Enghien. ¡Cómo me gusta el fin de temporada en todo!

933 (Pág. 118 – 2)

Antes de la batalla de Salamina:
“Su conducta [la de Temistocles] ante el intérprete que los embajadores del rey [Xerxes] había enviado para requerir a los Atenienses la tierra y el agua le hizo honor entre los Griegos. Propuso que se le detuviera, y le hizo condenar a muerte por un decreto del pueblo, por haber osado emplear la lengua griega para expresar las órdenes de un bárbaro”. (Plutarco, Temistocles).

934 (Pág. 118 – 3)

Me impresiona comprobar hasta qué punto Santa Teresa insiste, particularmente en las Fundaciones, en la importancia de la obediencia, que pone por encima de todo. Se debe a que es ésta una virtud hacia la cual el alma española no se siente inclinada por naturaleza. Se nota, por lo demás, que la santa debió desplegar no pocos esfuerzos para aprender a obedecer, y que ella misma poseía todas las cualidades necesarias para hacer carrera en la insumisión y la herejía.

935 (Pág. 118 – 4)

No conozco a nadie de mi entorno que haya leído a Plutarco. Y yo mismo, lo hice a los quince años..., mientras que, hasta finales del siglo XVIII, se le tenía como libro de cabecera.

936 (Pág. 118 – 5)

Debería darme la orden de trabajar, de escribir, y hasta de vivir.

937 (Pág. 118 – 6)

Los políticos de la Antigüedad se rodeaban gustosamente de filósofos; igual que hoy día se prefiere el trajín de los periodístas.

938 (Pág. 118 – 7)

22 de octubre [de 1962].
Esta tarde, de paseo con un tiempo radiante, por [el parque de] Luxemburgo. De repente, uno de esos ataques de rabia sin motivo que tan bien conozco. En ese momento habría declarado la guerra al universo y fulminado a todas las naciones.
Esas explosiones, o más bien esos cambios de humor, son estimulantes de improviso, pero agotadores a la larga. No representan la salida de algún vigor positivo, sino de una falsa vitalidad. No hay que confundir la energía con la fiebre.

939 (Pág. 118 – 8)

En las Fundaciones de Santa Teresa hay un capítulo entero dedicado a la melancolía. Si la santidad se mantiene mucho tiempo es, dice ella, porque mientras de otras enfermedades uno se cura o se muere, de ésta es imposible sanar. Por tanto, la medicina no puede hacer nada..., y cuando las superiores del convento observan este tipo de mal en ellas sólo hay una forma de dominarlas: dándoles un susto e inspirçandoles el temor de la autoridad. En suma, se trata de una tipología que no recula más que ante el prestigio.

940 (Pág. 119 – 1)

2 comentarios:

Sir John More dijo...

Sigo alucinado de tu constancia, aunque la maravilla de lo que traduces ayuda, para qué vamos a engañarnos. Por ahí tengo yo las diez o doce primeras páginas, traducidas antes de saber de lo tuyo, y con las que te haré algunas humildes apreciaciones. Y luego, cuando acometa la tarea de leerme al maestro en francés, entonces te daré una lata...

Mil gracias.

Jorgewic dijo...

Querido amigo, nada me gustaría más que tenerte al lado, corrigiendo mis balbuceos cioranescos... Lo que nos íbamos a reir, ¿eh? Quedo a la espera.
Un abrazo.