sábado, julio 07, 2007

Fragmentos del 901 al 920

Pascal es el único moralista angustiado; los demás sólo son amargos. La superioridad de aquél sobre éstos se debe esencialmente a su desequilibrio, a su mala salud.

901 (Pág. 113 – 8)

Por miedo a ser cualquiera, he terminado por no ser nada.

902 (Pág. 113 – 9)

En mí el escéptico rechaza cada vez más al místico (si tanto puedo llamar a lo que se mueve en mi interior). Mis dudas son de realidades, así que al ponerme a rezar, no dejo de ser más que un veleidoso. Soy escéptico por fisiología, por herencia, por costumbre y por inclinación..., y por gusto filosófico también; a todo lo demás, lo absoluto y cuando engloba, no accedo más que por ciertas necesidades de mi naturaleza, o gracias a los repentinos eclipses de mi clarividente desencanto.

903 (Pág. 113 – 10) (Pág. 114 – 1)

Pienso en las palabras de Pascal, en respuesta a su hermana, que le reprochaba no dejarse cuidar: “No conocéis los inconvenientes de la salud y las ventajas de la enfermedad”. Fue en un libro de Chestov donde encontré por vez primera estas palabras, que me produjeron una impresión extraordinaria. Me acuerdo de que estuve a punto de dejar escapar un grito. Tenía diez y siete años y estaba en la biblioteca de la “Fundación Carol”, en Bucarest.

904 (Pág. 114 – 2)

11 de octubre [de 1962]. Misa por Renéville en Saint-Sulpice. Al lado del altar, en la capilla que se ve al fondo, María, erigida con el niño sobre el globo terrestre. La imágen es indeciblemente fea, especialmente porque te muestra el lado avasallador del cristianismo. Es una religión que recalca sus orígenes exteriores -es decir, a la Roma imperial-. Una secta judía que conquistó un imperio, el más grande que jamás ha existido..., y que le inoculó sus cualidades y taras.

905 (Pág. 114 – 3)

Leo cada vez menos en inglés y alemán; son lenguas que emborronan mucho mi espíritu –el cual, verdaderamente, no está ya por la labor-.
Y después tengo, más que la impresión la certeza, de que no puedo expresar más que en francés, y que en cualquier otra lengua dejo escapar el encanto y el desenfreno de la aproximación.
El francés es la lengua no genial por excelencia.

906 (Pág. 114 – 4)

Todo sistema se construye a expensas de otro, en cierto modo de todos los demás. Es increíble hasta que punto la agresividad forma parte de la naturaleza íntima de un filósofo. Bergson mismo ha reconocido que toda su producción es una obra de protesta. Se piensa siempre contra alguien o contra algo. Toda la astucia está en disimular ese ataque y en prestarle una envoltura impersonal. Los pensadores objetivos son más dañinos que los otros.

907 (Pág. 114 – 5)

Cada vez que veo un alemán y discuto con él, me digo que ese pueblo no merecía dominar el mundo. La ingenuidad es una hermosa cualidad, pero no la idónea para la instauración de un imperio universal. Los alemanes carecen por completo de finura psicológica y, cuando son cínicos, lo son groseramente. A su lado, ¡cuán finos parecen los ingleses y los rusos..., representantes del pasado, los unos, y del futuro, los otros!

908 (Pág. 114 – 6)

En el mundo del espíritu, todo aquello de lo que hablamos no es más que un sustituto de escaso valor. “¡Pasarás al lado de lo esencial!”..., tal es la maldición que pesa sobre los escritores o el filósofo que tiene un público.

909 (Pág. 115 – 1)

Lo terrible del escepticismo es que deba ser superado. Incluso aquel que nada tiene pone en ello todo su interés sin embargo y sin apenas darse cuenta. Una fuerza secreta le empuja a ello.
No obstante siempre recaen en sus primeras dudas.

910 (Pág. 115 – 2)

La fidelidad es encomiable, pero tiene algo malo, nos ensucia. Ese deseo de repasar todas nuestras amistades y todas nuestras admiraciones, de cambiar de ídolos, de ir a rezarles en otra parte, es lo que me demuestra que aún tenemos recursos, que aún poseemos ilusiones en reserva.

911 (Pág. 115 – 3)

La imposibilidad de hacer lo que uno sea, ¿porqué no servirá como una via hacia la santidad?
Es de la ruina de toda vocación aquí abajo de donde nace la pasión por lo absoluto. Destruyamos nuestras capacidades según el mundo, si queremos triunfar sobre el mundo.

912 (Pág. 115 – 4)

Escribir una carta de condolencia es algo imposible..., incluso aunque sea sincera. Es de lo más falso que hay y es curioso que aún no haya sido suprimida por un acuerdo unánime.

913 (Pág. 115 – 5)

Esta mañana, en el cementerio, incineración de Sylvia Beach. Durante una hora, Bach. El órgano otorga a la muerte un status que por si misma y naturalmente no posee. Esa miserable caída en lo inorgánico que tanto tiene de horrible cuanto de deshonrosa, el órgano nos la transfigura y esconde; en cualquier caso, nos eleva por encima de la evidencia de nuestra destrucción. Nos impide mirarla a la cara, la escamotea. Nos situa demasiado arriba, no nos permite estar al mismo nivel que la muerte.

914 (Pág. 115 – 6)

No es el diablo, es la muerte la que merodea en torno nuestro. Pero la gran habilidad del cristianismo está en habernos hecho creer lo contrario. Porque el diablo invita a la lucha, porque es el gran luchador, mientras que la muerte se escabulle.

915 (Pág. 115 – 7)

Cuando me pongo a trabajar durante horas y estoy ensimismado en lo que hago, no pienso para nada en la “vida”, ni en el “sentido” que ésta tenga.

916 (Pág. 115 – 8)

La reflexión y el acto se excluyen. La abstención es la condición de la consciencia.
Verdaderamente, no sé por qué me apeno tanto cada vez que me reconozco incapaz para todo.

917 (Pág. 116 – 1)

Alguien dijo muy acertadamente que no necesitaba privarse del “placer de la piedad”.

918 (Pág. 116 – 2)

“The Garden of Love” de Blake..., es uno de los poemas con los que contaría en mi vida.

919 (Pág. 116 – 3)

La lectura es una actividad nefasta y estirilizante. Le va mejor al progreso, para entretenimiento del espíritu, garabatear y divagar, arrellanarse en la crudeza de la propia insanía, que vivir parasitariamente del pensamiento de otros. Y es cierto lo que dice, en un plan más general, la Bhagavad-Gitâ, cuando sostiene que es mejor morir en el camino propio (¿o ley?) que salvarse en el de los demás.

920 (Pág. 116 – 4)

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