viernes, junio 22, 2007

Fragmentos del 881 al 900

No existe el problema aislado; sea cual sea el que abordamos, planea implicitamente sobre todos los demás. Así, cada cuestión, por ínfima que parezca en apariencia, es infinita en realidad. Nada coarta al espíritu en su expansión, salvo aquellos límites que nosotros mismos le imponemos arbitrariamente.

881 (Pág. 110 – 7)

No importa que un problema devenga inextricable si profundizamos en él.

882 (Pág. 111 – 1)

Hojeando una revista juvenil... No había más que literatura, nada procedente de una experiencia directa, de algo visto o de un drama personal. Todo en torno a ciertos autores, siempre los mismos: Blanchot, Bataille, balbuceadores de cosas “profundas”, espíritus confusos y locuaces, sin brillo ni ironía.

883 (Pág. 111 – 2)

Me dice C. que, por mis maneras y mis rabietas inútiles, evoco a Lear: “Voy a hacer algo terrible, pero no se qué”.

884 (Pág. 111 – 3)

El Fin del Mundo..., ¡qué gusto poderlo soñar! Sin embargo, no podemos hablar honestamente más que del Fin del Hombre, más previsible y al mismo tiempo más cierto, mientras que el otro apenas parece concebible. En efecto, mientras no alcancemos ese sentido, sólo podremos hablar del fin de la materia, pues finalidad tan lejana no interesa a nadie. Quedémos en las proximidades del hombre, donde el desastre forma parte del paisaje, y del programa.

885 (Pág. 111 – 4)

6 de octubre de 1962. Un cielo azul, que la ciudad no se merece. Una procesión inmunda de coches a lo largo del bulevard Saint-Germain. Una muchedumbre no menos inmunda. En medio de ese espectáculo, las hojas que caían de los árboles ponían una nota de poesía inmerecida, caduca, conmovedora. Más que de ese cielo, la ciudad no era digna ni del otoño.

886 (Pág. 111 – 5)

En política, como en todo, nada hay más abyecto que atacar a un solitario.

887 (Pág. 111 – 6)

7 de octubre de 1962. Un domingo en el campo. Estirarse y oler la tierra. Sólo hay descanso sobre ella. Nuestras fatigas la reclaman. Y mientras la sentía tan cerca de mí, pensaba que no sería tan horrible disolverse en ella. Verdaderamente nuestras penas la reclaman y la rehabilitan.

888 (Pág. 111 – 7)

Mi miedo heredado ante la vida, un regalo de familia. He intentado en vano desembarazarme de mis ancestros, procuro alejarme de ellos y rechazarlos, pero vuelven a la carga. Más me alejo de ellos, más constato cuánta ventaja me llevan y cuánto tiene esa lucha de desesperada. Vuelvo a caer en mis orígenes, que esperan mi degeneración.

889 (Pág. 111 – 7) (Pág. 112 – 1)

Leo en los Tagebücher 1914-1916 de Wittgenstein: “Die Furch vor dem Tode ist das beste Zeichenm eines falschen, d.h. schlechten Lebens” . [El miedo a la muerte es el mejor indicio de una vida falsa, es decir, mala].
Yo descubrí esta verdad hace mucho tiempo (desgraciadamente pensando en mí mismo).

890 (Pág. 112 – 2)

Esta tarde, en una oficina, en un espacio relativamente exiguo, he contado hasta diez y ocho empleados. Las mujeres arrugadas, horribles... Pero la joven que me ha atendido tenía de hecho el aspecto de una chica de pueblo, fea y sana. ¿Qué buscaría en ese infierno, qué demonios la habrá empujado a abandonar el campo? Preferiría mil veces el olor de una boñiga a las emanaciones deletéreas de esa oficina. No hay nada que hacer: el hombre huele mal. Cuado se tiene un olfato desgraciadamente agudo, hay que evitar toda presencia humana.

891 (Pág. 112 – 3)

Sólo tienen éxito las filosofías y las religiones que adulan al hombre. No es por el pecado original, ni por el infierno que el cristianismo ha dominado durante siglos, sino porque el hijo de Dios se dignó encarnarse. De ese modo adquirió el hombre un status desmesurado, que le ratifican las visiones del “progreso”, cualesquiera que éstas sean. El hombre siente el afán absoluto de situarse en el centro de todo; si tuviera la percepción exacta de su insignificancia, del carácter azaroso de su aparición, perdería una parte de su “entidad”, podría ser incluso -lo que sería verdaderamente inesperado- desposeído de sus armas.

892 (Pág. 112 – 4)

Con una visión de las cosas como la mía es dudoso que cualquier otro hubiera podido conseguir mantenerse tantos años. De hecho, y por extraño que parezca, hay días en que me siento como un héroe.

893 (Pág. 112 – 5)

Sólo aquellos que no hablan más de sí mismos, de sus experiencias y sus penalidades, se arriesgan a caer sobre cualquier verdad y a hacer descubrimientos significativos. Trabajan sobre lo que conocen y por tanto aportan necesariamente algo a los demás. No es el filósofo, sino el poeta quién alcanza la universalidad.

894 (Pág. 112 – 6) (Pág. 113 – 1)

Todo filósofo que cree haber elaborado un sistema no hace en el fondo más que aplicar el mismo esquema a todo, con desprecio de la evidencia, de la diversidad y del sentido común. El error de los filósofos en general es ser muy previsibles. Al menos con ellos uno sabe a que atenerse.

895 (Pág. 113 – 2)

Lo que no volveré a encontrar nunca es mi capacidad de embalarme que fué el encanto y el tormento de mi juventud. ¿Dónde estáis, años fanáticos?

896 (Pág. 113 – 3)

Vuelvo a escuchar el motete de Bach “Jesu, meine Freude”. Después, todo lo que no sea piedad parece inútil y vulgar.

897 (Pág. 113 – 4)

Lulu, de Alban Berg, sigue siendo para mí el descubrimiento musical más importante que he hecho en los últimos años.

898 (Pág. 113 – 5)

Siento cada vez más horror ante cualquier tipo de confidencia lírica. Pero, sin lirismo, tengo muchas dificultades para escribir; cuando desaparece, encuentro mi completa lucidez, soy consciente de mis posibilidades.

899 (Pág. 113 – 6)

La otra noche, a las tres de la madrugada, todavía despierto y sin poder conciliar el sueño, abro el primer libro que me encuentro, una antología de los moralistas. Leo algunas páginas de La Bruyère..., que encuentro notables e incluso profundas. De un autor que aguanta a tales horas de la noche sólo puede decirse que es de primerísimo orden. Es menos amargo –o mejor dicho menos sistemático en su amargura- que La Rochefoucauld. Imagínese en un término medio entre éste y Pascal.

900 (Pág. 113 – 7)

1 comentario:

Yo hubiera podido morir en Africa dijo...

Felicitaciones por esta iniciativa mágica del gran Emil