domingo, junio 10, 2007

Fragmentos del 861 al 880

14 de septiembre.
¡De golpe, sensación de ser el Maestro del universo..., y de poseer la llave de todos los enigmas!
¿Cómo sentir, desde mi apatía habitual, desde mi amarga mirada sobre el mundo, desde la certidumbre de mi insignificancia.., un vértigo más tonificante, y también menos merecido?

861 (Pág. 107 – 10) (Pág. 108 – 1)

28 de septiembre.
Llega un momento en que no podemos eludir las consecuencias de nuestras teorías, en que todo lo que hemos pensado exige ser vivido, en que tanto nuestras ideas como nuestras fantasías se convierten en experiencias..., y es entonces cuando el juego termina y comienza el sufrimiento.

862 (Pág. 108 – 2)

No estoy a gusto más que en las proximidades del grado cero de lucidez.

863 (Pág. 108 – 3)

Más vacío interiormente me siento, más me apasionan las cuestiones del lenguaje. El escritor indiferente a todo, desidioso y agotado termina en filólogo. Un desenlace insignificante y honorable; la mediocridad tras el exceso y las crísis.

864 (Pág. 108 – 4)

Me gusta estudiarme, abandonarme a la idea del Destino. Nada he encontrado que represente mejor este espantoso desaguisado sublunar. Y esta idea, que carece de sentido, algún efecto produce a nuestros dolores, así como a todas las iniquidades que padecemos. Torna incluso tolerable a la misma muerte. Si lo pensamos bien, es más cómodo -y seguramente mas provechoso- creer en el Destino que creer en Dios.

865 (Pág. 108 – 5)

Al decir de Plutarco, que no vivió mas allá del siglo I de nuestra era, en Delfos, todo se reducía entonces a cuestiones bien mezquinas, domésticas (el matrimonio, el comercio, etc.).
El destino de los oráculos podría servir de ejemplo para el estudio de ese tipo de instituciones que empieza a imponerse en el orden espiritual. El resultado final es inevitablemente decepcionante. Decadencia de los oráculos..., decadencia de la Iglesia. El paralelismo se impone.

866 (Pág. 108 – 6)

Una obra no está viva más que en la medida en que sea una protesta. Pero lo mismo que hace su vitalidad precipita su caducidad, porque llega un momento en que las razones de esa rebeldía nativa nos parecen incompresibles o futiles.
Ello no impide que toda obra digna de ese nombre posea un carácter insurreccional.

867 (Pág. 108 – 7)

Aquellos días por la Bretaña, en playas donde estuve absolutamente solo. Recorrí el litoral de Croisic hasta La Roche-Bernard, volviendo luego a la Vilaine. En una soledad perfecta..., soñé más de una vez con el encantamiento subsiguiente a una guerra atómica: ¡al fin, la tierra sin hombres!

868 (Pág. 108 – 8) (Pág. 109 – 1)

El disgusto es un estado activo y una prueba de vigor. No es así como me he sentido todos estos meses, no, sino como en un estado de insensibilidad. Una especie de morosa somnolencia, de rechazo casi irreflexivo. ¿Será eso que suelen denominar estar cerrado a todo? En esa situación me encontraba. Nada me conmovía, nada me irritaba, nada me estimulaba. ¡La muerte del alma! A su lado, el disgusto está lleno de efervescencia y dinamismo.

869 (Pág. 109 – 2)

Igual que juzgo a todo el mundo, todo el mundo me juzga a mí. Si pudiera verme con los ojos de los demás, desaparecería de golpe. Por lúcido que uno sea, nunca se es lo bastante como para poder llegar a contemplarse absolutamente desde el exterior. Yo me conozco como a nadie le está permitido conocerse..., pero no sé como los demás me conocen : no llego a ser ese espectador puro, desinteresado –y en el fondo indiferente- de mí mismo, ni a imaginar mi muerte como algo que no me concierne directamente. Habría que aprender a morir lejos de uno mismo, y a considerar la agonía propia con total objetividad, como si se tratara de un fenómeno extraño, de un percance sobrevenido a otra persona.

870 (Pág. 109 – 3)

Sé bien por qué, a la edad a la que he llegado, prefiero leer a los historiadores que a los filósofos : porque, por aburridos que sean los detalles relativos a un personaje o a un acontecimiento cualquiera, el desenlace de uno u otro intriga necesariamente. ¡Pero, ay, las ideas carecen de desenlace!

871 (Pág. 109 – 4)

Nada hay peor que sentirse inspirado, lleno de ideas, de fantasía y fuego, y tener que pasar la velada con gente ante la cual uno habrá que estar necesariamente apagado. La oscilación de mis humores..., ¡y siempre gastandome bromas! Nunca vienen de encargo.

872 (Pág. 109 – 5)

El aburrimiento de las cenas es un argumento contra la Providencia.

873 (Pág. 109 – 6)

Llega un momento en que, tras haber pedido las ilusiones sobre los demás, se pierden las de uno mismo.

874 (Pág. 109 – 7)

R., muerto, sin el menor rastro de burla en su semblante. Porque amó con pasión y casi sordidamente la vida. Aquellos que están menos apegados a ella, al morir, tienen una sonrisa burlona, la sonrisa de la liberación y el triunfo. No van hacia la nada, la han abandonado.

875 (Pág. 109 – 8) (Pág. 110 – 1)

Por mis aficiones y defectos, he nacido para vivir en los estertores de un Imperio. Me hubiera gustado arrellanarme en la Viena de antes de la Primera Guerra Mundial.

876 (Pág. 110 – 2)

“El mar es mi confesor”..., ¡cómo me gustan estas palabras de Isabel de Austria!

877 (Pág. 110 – 3)

No puedo imaginar a nadie más tontamente “sentimental” que yo. Arrastro conmigo, como una dulce maldición, todas las taras del centroeuropeo..., contra las cuales ni quiero, ni puedo luchar.

878 (Pág. 110 – 4)

Vivo en la certeza de que todos los problemas están agotados, y de que es indecente -e incluso insensato- abordar cualquiera de ellos, por importante que nos parezca. Siento como si, escapado de los dominios del intelecto, viviera en un trato directo con los elementos y yo mismo fuera uno de ellos.

879 (Pág. 110 – 5)

Se ha recalcado justamente que en la India un Schopenhauer o un Rousseau no hubieran sido nunca tomados en serio, pues vivieron en desacuerdo con las doctrinas que profesaban; entre nosotros, en cambio, ésta es precisamente la causa del interés que suscitan. El éxito de Nietzsche se debe en gran parte al hecho de que defendía teorías que no se amoldaban de ningún modo con su vida. Nos gusta que un enfermo, un flojeras, un asiduo de los pensionados para señoritas haya sido el apologista de la fuerza, del egoismo, del héroe desprovisto de escrúpulos. Si él mismo hubiera encarnado el tipo de hombre que exalta en sus escritos, al cabo de algún tiempo hubiera dejado de intrigarnos.
En el fondo nos atraen los pensadores que no encuentran solución a sus problemas ni a sus males, y que, por no haber podido ponerse de acuerdo ni con los demás ni consigo mismos, hacen trampas tanto por capricho como por necesidad. Un medio escorzo trágico, una sospecha de insinceridad rallana en lo enfermizo, ahí veo yo el sello distintivo del moderno.

880 (Pág. 110 – 6)

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