domingo, junio 03, 2007

Fragmentos del 841 al 860

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El apego a los demás es la causa de todos nuestros sufrimientos; pero está tan fuertemente anclado en nosotros que, si se relaja, toda la economía de nuestro ser resulta desequilibrada.

841 (Pág. 105 – 7)

No puedo salir de aquí: para hacer cualquier cosa importante, una obra en suma, hay que creer en su misión o imponerse una. Poseer esa creencia o esa voluntad es tenerlo todo.

842 (Pág. 105 – 8)

Ante la muerte no hay más que dos posturas posibles: el nihilismo y el Vedanta. Yo he pasado del uno al otro sin poder detenerme o fijarme en ninguno de los dos.

843 (Pág. 105 – 9)

Que este mundo es irreal es una certeza, por lo demás, evidente. Pero esta evidencia no es una respuesta, no nos ayuda a vivir.

844 (Pág. 105 – 10)

¿Y desde cuándo una verdad debe ayudarnos a vivir?
En cuanto que profundizamos en cualquiera, nos damos cuenta de que esa verdad no sirve de ayuda para nadie.

845 (Pág. 106 – 1)

No eres más que un desertor..., has traicionado tu propia causa, te has engañado a ti mismo.

845 (Pág. 106 – 2)

El ruido me vuelve loco..., en especial el de la radio me pone cerca del ataque de epilepsia. La civilización, que nadie se engañe, es la producción de ruido, la organización del alboroto. Que una vieja inmunda tenga la facultad de hacerte la vida insoportable con sólo girar un botón, sobrepasa todo entendimiento. La técnica confiere a cualquiera unos poderes monstruosos.
Hagamos lo que hagamos, la naturaleza es mucho mejor. ¡Y encima el hombre ni siquiera es dueño de sus criaturas, y hasta su obra se revela de vez en cuando nefasta, y si no ahí está la guerra nuclear!

846 (Pág. 106 – 3)

En todas aquellas ocasiones en que he reprimido un acceso de cólera me he puesto contento, literalmente he vencido..., pero esa cólera sofocada se venga, y me corroe secretamente.

847 (Pág. 106 – 4)

Un editor americano, de paso en París, me ha escrito para preguntarme si podría pasarse a verme “en mi despacho”. ¡Mi despacho! Como para sentir náuseas por toda la eternidad.

848 (Pág. 106 – 5)

Mi desconcierto me sobrepasa, es más grande que yo, y no consigo interpretarlo, ni reducirlo a una fórmula. De vez en cuando me siento el centro de un drama que se cierne por encima de lo accidental de un “caso”. En todo individuo se crea y se destruye un mundo. Habría que decir más bien: el mundo.

849 (Pág. 106 – 6)

“No comprendo más que los sentimientos”, decía una loca. Alguna vez, incluso a menudo, estoy como ella.

850 (Pág. 106 – 7)

“Quienquiera que no piense como yo es un chocho”, tal es el propósito que uno tiene acerca de sí mismo más o menos conscientemente.

851 (Pág. 106 – 8)

Todo cariño es, a fin de cuentas, una especie de dolor. Felices, mil veces felices, quienes pueden pasarse sin él. El solitario no llora a nadie, ni nadie le llora. Que se aleje de los demás quien no quiera sufrir, quien sienta el terror de las lágrimas.

852 (Pág. 106 – 9) (Pág. 107 – 1)

Quiero creer que todos estos meses de indigencia y esterilidad darán sus “frutos” correspondientes. Puede que no seamos verdaderamente nosotros mismos más que durante estos períodos de indefinida expectativa, de evidente vacío, que sólo recarguemos nuestras reservas interiores durante estos períodos de aparente sequía. Hay que esperarlo, hay que esperarlo. En todo caso, en lo absoluto los momentos de fervor y de actividad son más infecundos, están más desprovistos de futuro que nuestros momentos de abatimiento o abdicación.

853 (Pág. 107 – 2)

¿Qué haces? – Me espero.

854 (Pág. 107 – 3)

No todo está perdido, mientras se esté descontento con uno mismo.

855 (Pág. 107 – 4)

Nada me gustaría más que ver el sol explotar y desmigajarse, desapareciendo para siempre. ¡Con esa impaciencia y alivio espero y contemplo los amaneceres!

856 (Pág. 107 – 5)

Es extraño que al envejecer no renunciemos a pensar en la posibilidad de otro universo. La resignación es fenómeno raro en el hombre, más inclinado habitualmente a esperar lo peor, que a aceptar el mal tal cual, ese mal natural y mediocre, el de todos los días.

857 (Pág. 107 – 6)

Cuanto más lo pienso, más me ubico en oposición a las ideas Nietzsche. Cada vez me gustan menos los pensadores delirantes. Prefiero a los sensatos y los escépticos, los “no-inspirados” por excelencia, aquellos a los que ningún dolor excita ni conmueve. Me gustan los pensadores que recuerdan a volcanes apagados.

858 (Pág. 107 – 7)

Toda desgracia, vista desde fuera, parece mínima o incomprensible. Este es el punto de vista que hay que adoptar si se quiere soportar la vida.

859 (Pág. 107 – 8)

Nadie como yo para multiplicar los obstáculos al acto mismo de trabajar.

860 (Pág. 107 – 9)

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