miércoles, mayo 09, 2007

Fragmentos del 801 al 820

La otra mañana, fui al mercado (como todos los días). Después de haberlo recorrido tres veces, lo abandoné sin decidirme por cosa alguna. Nada me tentaba, nada llamaba mi atención. La elección ha sido en todo el castigo constante de mi vida.

801 (Pág. 100 – 7)

24 de julio.
Ese sol, y en la chimenea ese viento insinuándose a mis nervios.

802 (Pág. 101 – 1)

Desde que sigo una dieta bastante estricta y soporto una vida regular, no he hecho nada que merezca la pena. Cinco años de esterilidad, cinco años de razón. Mí mente sólo se pone en marcha al compás del desorden y alguna que otra intoxicación. Así de caro pago el abandono del café.

803 (Pág. 101 – 2)

Veo con estupefacción hasta qué punto me desvivo e invento pretextos para no pensar, para no perseguir una idea y profundizar en ella. Sin duda, he logrado poner a punto, instintivamente, una técnica de la frivolidad.

804 (Pág. 101 – 3)

Todo el mundo que me rodea termina alguna cosa. Sólo yo no tengo nada que anunciar. Algo que me deja en una situación bastante penosa, casi diría humillante. Y al mismo tiempo desprecio a aquellos que sí realizan (o se realizan), de los que nada aprendo, pues mi esterilidad se debe precisamente al hecho de que he llegado más lejos que ellos.

805 (Pág. 101 – 4)

Pienso de repente en cierto artículo que publiqué hacia 1937 en Vremea [El Tiempo, un diario de Bucarest del período de entreguerras] y donde venía como un refrán: “Nimic n’a fost niciodatà” (Nada ha existido nunca). Y pienso también en cierto amigo de Brasov que, habiéndolo leído en un tren, me confesó que quiso tirarse por la ventana.

806 (Pág. 101 – 5)

17 de agosto de 1962.
He estado tres semanas en Austria, principalmente en el Burgenland, sobre el Neusiedlersee, en Rust. He sido casi feliz allí. Vida activa, caminar..., para mí el placer reside en la fatiga física, en la imposibilidad de la reflexión, en la abolición de la consciencia. En cuanto que dejo de moverme, vuelve a dominarme una melancolía insoportable.
Debería haber seguido siendo un “niño salvaje”. ¡Así pago haber traicionado mi infancia!

807 (Pág. 101 – 6)

La soledad es lo único que aprecio, y por eso cuando estoy solo..., tengo miedo.

808 (Pág. 101 – 7)

Aunque soy natural de los Cárpatos, me ahogo en la montaña. Durante mi niñez, entendía su encanto. Ahora no soy sensible más que a la poesía de la llanura.

809 (Pág. 102 – 1)

No está en mi poder salvar mi espíritu. ¡Dios, ninguna caída como la mía!

810 (Pág. 102 – 2)

En Austria he comprendido que soy un centroeuropeo. Poseo todos los estigmas del viejo tipo austrohúngaro. De ahí viene seguramente mi incapacidad para sentirme como en casa en Francia.

811 (Pág. 102 – 3)

Llega un momento en que nos es imposible eludir las consecuencias de nuestras teorías. Todo lo que hemos expuesto, sea por una necesidad interior o por espíritu de contradicción, pasa a ser el elemento constituyente de nuestra vida. Y es entonces cuando echamos de menos las ilusiones que hemos destruido y que desearíamos restablecer. Pero es demasiado tarde.

812 (Pág. 102 – 4)

No notamos que verdaderamente poseemos un “alma” más que cuando escuchamos música.

813 (Pág. 102 – 5)

No se traicionan impunemente los fundamentos de la vida propia. Tarde o temprano, la teoría se convierte en realidad. Nada nos afecta tanto como los ataques que nos dirigimos a nosotros mismos.

814 (Pág. 102 – 6)

“Ca timpul drag surpat in vis” [Como el tiempo tan querido derrumbado en el sueño, en “El huevo dogmático”, de Ion Barbu (1895-1961), el más importante poeta de la escuela modernista rumana]. Este verso de Ion Barbu es uno de los más hermosos que conozco.

815 (Pág. 102 – 7)

Si no tengo gusto para el misterio, ni en literatura ni en nada, es porque todo para mí es inexplicable. ¿Qué digo? Yo vivo lo Inexplicable.

816 (Pág. 102 – 8)

En cierto modo, mi sensibilidad se asemeja a la de los románticos, quiero decir en tanto que incapaz de creer en los valores absolutos, defino mis humores según la gente, los considero como sustitutos de la realidad pasada.

817 (Pág. 102 – 9)

La alegría carece de argumentos; la tristeza en cambio posee innumerables. Y es tan terrible cuando se lleva y nos impide curarla.

818 (Pág. 103 – 1)

Desesperación sobrenatural.

819 (Pág. 103 – 2)

No dejo de pensar en Austria, que ya no es ni la sombra de si misma. Por lo demás, no me atraen más que los países secretamente regidos por un principio de desolación. No por casualidad nací en el seno de un Imperio que se sabía condenado.

820 (Pág. 103 – 3)

1 comentario:

e-catarsis dijo...

Este lugar sí que es un descubrimiento, dejo el mapa en un rincón y me acomodo a leer, ya habrá tiempo para otros paseos

Saludos