miércoles, mayo 02, 2007

Fragmentos del 781 al 800

14 de julio. Antes de la guerra, en esta época del año, iba el bicicleta por la Bretaña. ¡Esos chaparrones de la Isla de Bréhat, en el puente de Raz, en el de Pont-Aven! ¡Y esas aventuras en los albergues con las posaderas! Entonces me aburría al aire libre, ahora en cambio entre cuatro paredes.
Roscanvel, Rostrenen, Locq Mariaquer (?), las huelgas de Lilia..., no sabíais cuánta nostalgia despertaría en mí después vuestro nombre.

781 (Pág. 98 – 3)

Únicamente a través de esa cura cotidiana de inscosciencia que es sueño recuperamos las fuerzas perdidas. El estado de vigilia implica una fatiga y un abuso, tanto si no nos levantamos como si nos quedamos tumbados. Por medio del sueño nos reintegramos a la corriente anónima de la vida, comulgamos con un estado de preindividualismo, volvemos a ser quienes fuimos antes de aislarnos del cosmos en tanto que personas..., por el sueño volvemos a ser aquel germen universal.
En cambio, con la consciencia atentamos contra nuestras fuentes. En tanto que nos sujeta y nos tiene atados, nuestra salud desaparece. Es la ponzoña más importante de nuestra vida.

782 (Pág. 98 – 4)

Desde que perdí el gusto por la declamación o la diatriba, escribir es para mí un suplicio. No estoy hecho para las verdades objetivas, sin contar con que la argumentación me aburre y me cansa. Me disgusta demostrar, pues de nada tengo que convencer a nadie. El prójimo es una realidad sólo para el dialéctico o el filántropo.

783 (Pág. 98 – 5)

Me encuentro en la casi imposibilidad de escribir a A. G., que acaba de incluir en Cultura francesa un interesante artículo sobre mi obra. ¿A quién se dirigirán esos elogios? Yo no sé quién ha escrito esos libros, desde luego yo no. Leo sus consideraciones acerca de mí como si se refiriese a un extranjero, con indiferencia y un dejo de satisfacción impersonal.

784 (Pág. 98 – 6)

Una tarde de domingo en Sibiu. Había salido a pasear por las callejuelas de la ciudad vieja, donde no había más que putas húngaras y soldados. Me aburría de aburrimiento..., pero tenía fe en mí mismo. No llegaba a presentir el personaje falso que iba a ser, pero sabía que, cuando ese momento llegara, el Ángel de la perplejidad me acompañaría en adelante.

785 (Pág. 98 – 6) (Pág. 99 – 1)

Por muy gallardo que ahora pueda parecer, en la calle me vengo abajo.

786 (Pág. 99 – 2)

No sé cuándo, a qué edad, algo se quebró en mí, determinando el curso de mis pensamientos y el estilo de una vida truncada. Lo que sí sé es que esta crisis debió tener lugar -como todo-, al salir de la adolescencia.
Fuera los primeros años en Rasinari, he vivido siempre en la ansiedad, en la peor de las angustias. ¿Quién ha tenido, quién tendrá nunca una infancia como la mía, una infancia coronada?

787 (Pág. 99 – 3)

Caroline von Günderode. Nadie ha pensado tanto en ella como yo. Me he saciado con su suicidio.

788 (Pág. 99 – 4)

Cuando dudo de mí mismo hasta el vértigo o la náusea, me digo que soy precisamente alguien que ha escribo todo un libro sobre las Lágrimas.

789 (Pág. 99 – 5)

Puede ser que no exista la dicha verdadera más que en la renuncia. ¡En no necesitar nada del mundo!

790 (Pág. 99 – 6)

Siempre he vivido pendiente del fin de cada cosa, me he movido en todo momento aplicando la noción de desenlace a esto y aquello. Aunque, a decir verdad, ella sola ya se aplica a todo..., y en ninguna parte sin carecer de propósito.

791 (Pág. 99 – 7)

Más envejezco, más rumano me siento. Los años me devuelven a mis orígenes y me sumergen de nuevo en ellos. ¡Y cómo comprendo ahora a esos ancestros a los que tanto he denigrado,... que hasta los “disculpo”! Y pienso en Panait Istrati que, después de conocer la gloria universal, volvió allí para morir.

792 (Pág. 99 – 8)

Los ancianos dominan mejor que nadie el sentido de las vicisitudes de la fortuna, están incomparablemente mejor preparados para las solemnidades, para la pompa de la derrota.

793 (Pág. 99 – 9)

“Intentad agarrar vuestra conciencia y sondeadla, veréis que está hueca: no encontraréis en ella más que el porvenir”. Esta frase de Sartre (en un artículo sobre Faulkner) ningún poeta la suscribiría. De hecho, si fuera cierta, la existencia misma de la poesía se tornaría inexplicable.

794 (Pág. 99 – 10)

Creo que quienes, para hablar del absurdo de la vida, citan ineludiblemente a Macbeth, deberían al menos hallar la forma de poner en ello el énfasis suficiente.

795 (Pág. 100 – 1)

No me interesan mis experiencias, sino mis reflexiones sobre ellas.

796 (Pág. 100 – 2)

“Que yo sepa encerrarme sin el tiempo, sin el espacio,
con la charlatana soledad del papel” (Maiakovski)

797 (Pág. 100 – 3)

Con la charlatana soledad del papel
Oh, que no pueda yo decir otro tanto, de mí.
Para mí, la soledad del papel es helada, opaca, taciturna.

798 (Pág. 100 – 4)

Desde que puedo recordar, mi gran enfermedad ha sido siempre una excesiva atención al tiempo, objeto de obsesión y de tortura para mí. Lo he sentido permanentemente como una carga, que va en aumento con la edad. Pienso en ello sin descanso, a propósito de todo o de nada. El tiempo me ocupa. Sin embargo, la vida no es posible más que gracias al continuo escamoteo de la idea del tiempo, a la bienaventurada imposibilidad de tenerlo espiritualmente presente. Se vive para y en lo que se hace, no para y en el entorno de nuestros actos. Para mí no hay acontecimientos, sino el pasar, el desagüe de la duración entre ellos, y ese devenir abstracto que constituye el intervalo entre nuestras experiencias. Y después esa neta percepción de la caída de cada instante en el pasado; yo veo formarse el pasado, y su espesarse por el aporte sucesivo de cada instante adentrándose en el ayer. Y ahora esa sensación de lo pretérito la siento plenamente reciente, como de un pasado que viene a instaurarse.

799 (Pág. 100 – 5)

23 de julio.
Ayer, en el tren de cercanías, una niña (¿cuatro años?) leía un cuento ilustrado. Dio con la palabra “pasaje”, se detuvo y preguntó a la madre su significado. Ella le explicó: “Pasaje” es el tren que pasa, el hombre que pasa por la calle, el viento que pasa... La niña, que tenía un aire inteligente, no parecía cogerlo. Quizás encontró demasiado concretos los ejemplos que le había dado su madre.

800 (Pág. 100 – 6)

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