viernes, noviembre 10, 2006

Fragmentos del 661 al 680

7 de abril de 1962.

Escucho en la radio algo de música zíngara húngara. Hace años que no la oía. Una vulgaridad desgarradora. Recuerdos de borracheras en Transilvania. Un inmenso aburrimiento que me empujaba a beber con cualquiera. En el fondo, soy un “sentimental” como todos los tipos de la Europa central.

661 (Pág. 83 – 5)

8 de abril (mi cumpleaños). He estado vagando por la Quinta: calle Ratud, donde vive Eveline, calle Lhomond, donde viví durante un mes en 1935, y todas esas viejas callejuelas que me recuerdan mi “juventud”: la calle de Pot-de-Fer, la de Amyot, el alto de la calle Cardinal-Lemoine, etc. Un paseo fúnebre, con mi espíritu de duelo.

662 (Pág. 83 – 6)

Un regalo de aniversario: la vieja idea del suicidio, que vuelve a atacarme cada cierto tiempo, y la ha tomado conmigo especialmente hoy. Reaccionemos, aguantemos todavía en pié.

663 (Pág. 83 – 7)

Pienso en Sibiu, el pueblo que más quiero del mundo, y en las terribles crisis de aburrimiento que allí conocí. En esas tardes de domingo en que vagaba por las calles desiertas de entonces, solo, o por el bosque o en el campo... Es el entorno lo que me hace volver tanto a esos momentos. Tengo alma de pueblerino

664 (Pág. 83 – 8) (Pág. 84 – 1)

En una época en que era capaz de explosiones líricas, creí saber lo que era la desesperación; pero, a decir verdad, cuando lo he sabido realmente es después de caer en esta triste y fría sequía, en esta horrible vacación de todas mis facultades, en la perfecta nada de mi ser entero.

665 (Pág. 84 – 2)

Ha sido gracias a mis miserias y no a mis virtudes que he hecho algunos progresos en la indiferencia. “Sabio” por necesidad antes que por mérito. Y quizás por ello para mí son tan amargos los frutos de la sensatez, desde el momento en que ésta puede hacer que germine y se ilumine aquel que soy.

666 (Pág. 84 – 3)

9 de abril de 1962.
¿De qué sirve haber seguido a los sabios si sus enseñanzas no os ayudan a superar la pena? Pero es que desconocen la tristeza, y están mal preparados para mostrarnos como arrancarla.
Toda nuestra alegría deriva del cariño, y nuestra desgracia también. La Salud y la Perdición proceden de otros seres. La felicidad es deseable, e imposible.

667 (Pág. 84 – 4)

Si el cristianismo, en lugar de la caridad, hubiera colocado a la Indiferencia, cuanto más soportable nos hubiera vuelto la existencia.

668 (Pág. 84 – 5)

La única manera de afrontar nuestros sufrimientos sin perecer es considerar que todo lo que nos ocurre aquí abajo es, en el fondo, irreal, y que todo se desvanecerá sin rastro, incluso nuestros dolores.

669 (Pág. 84 – 6)

La locura no puede ser más que una pena que nunca cambia.

670 (Pág. 84 – 7)

Desde hace algunos días me atormenta un motete de Bach, “Jesu, meine Freude”, escuchado en Saint-Severin. La música vuelve a contar en mi vida, señal siempre de un imperioso deseo de consuelo.

671 (Pág. 84 – 8)

He dejado otra vez de fumar. Durante la noche, me he despertado con tal odio hacia el tabaco que, al levantarme, he hecho trizas el paquete de cigarrillos que me quedaba, la boquilla y todo el pequeño arsenal de la más grotesca de las intoxicaciones que existe.

672 (Pág. 84 – 9)

Es inútil querer deshacerse de una costumbre por la voluntad; es el punto de saturación, el disgusto y la exasperación los que permiten desacostumbrarse. No se vence hasta que no se odia..., después de haber amado.
... Si yo persisto en lo mismo, es porque mi horror por este mundo es insuficiente y para nada sincero.

673 (Pág. 85 – 1)

¿Cómo quienes son conscientes de no ser nada quieren obstinarse en ser cualquier cosa? No he hallado en libro alguno el menor argumento que refute la evidencia de la inanidad universal.
Lo que salva a los hombres es que desconocen cuán bien poco representan. Maldición o privilegio, yo siempre he sentido hasta vértigo de mi propia irrealidad, y de la de todos.

674 (Pág. 85 – 2)

La tristeza, que ha devenido en mi en un estado permanente, es el gran obstáculo para mi “salud”. Y en tanto que dura y no logro librarme de ella, me deja clavado a las miserias de aquí abajo. Pues tal es la paradoja de la tristeza, que nos hunde en este mundo en la misma medida en que nos separa de él. Se complace tanto en el desgarrón como en el desconsuelo.

675 (Pág. 85 – 3)

En este universo donde la vida está manchada.

676 (Pág. 85 – 4)

10 de abril de 1962.
En un banco un hombre, del tipo “meteco”, molesto y burlón, y una mujer de aire crispado, asolada. Me pareció entender, cuando pasé ante ellos, que ella le decía: “Se ha acabó”.
Y eso es exactamente lo que esperaba oír por su expresión.

677 (Pág. 85 – 5)

Pascua.
No puedo escribir si no es para atacar o lamentarme.
Si las fuentes de la violencia y de la tristeza se agotaran en mí, dejaría para siempre la pluma.

678 (Pág. 85 – 6)

Herodoto..., cuando le leo me parece estar frente a un paisano mío, un “filósofo” rumano (no es casual que llegase a viajar al país de los escitas).

679 (Pág. 85 – 7)

“No está permitido aquí que cualquiera haga palabras nuevas, ni siquiera el soberano” (Vaugelas, en 1649).

680 (Pág. 85 – 8)

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