jueves, septiembre 07, 2006

Fragmentos del 561 al 580

Cuando se aisla la vida de la materia, cuando se la contempla por así decirlo en estado puro, se percibe mejor su excepcional fragilidad: un “castillo en el aire”, a punto de deshacerse, sin ningún punto de apoyo, sin trazas de realidad.
Y sin duda es por haberla separado a menudo de su base, con el fin de contemplarla directamente, cara a cara, por lo que yo mismo no he llegado a tener nunca en qué apoyarme, ni a saber a qué engancharme.

561 (Pág. 72 – 3)

Todo lo que me impide trabajar me sienta bien, cada uno de esos momentos es una escapatoria.
Si me examino sin complacencia, es la huída ante la responsabilidad, el miedo a tomar alguna, por mínima que ésta sea, lo que reconozco como el rasgo dominante de mi carácter. Soy un desertor en el alma. Y por algo será que siempre veo en el abandono, en todo, la marca distintiva de la sagacidad.

562 (Pág. 72 – 4)

Alguien definió muy justamente la tristeza como “una especie de crepúsculo que sigue al dolor”.

563 (Pág. 72 – 5)

La ansiedad, que trata a lo posible como algo déjà-vu [ya visto], ¿no es acaso una suerte de memoria del porvenir?

564 (Pág. 72 – 6)

Es poco decir que yo echo de menos todo: soy un quejoso ambulante, y la nostalgia corroe mi sangre y se devora a sí misma. No hay remedio aquí abajo al mal que sufro, sólo venenos que los torna aún más activo e intolerable. Estoy resentido con la civilización por haber echado un descrédito sobre las lágrimas. Por haber desaprobado el llanto, nos hallamos ahora sin recursos, condenados a nuestros ojos secos.

565 (Pág. 72 – 7)

No es hablando de los demás, sino asomándose a ellos, como se tiene la posibilidad de encontrar la Verdad. Pues todo camino que no conduzca a nuestra soledad o no proceda de ella es un rodeo, un error y una pérdida de tiempo.

566 (Pág. 73 – 1)

¡Buscar el ser con palabras! Tal es nuestro quijotismo, nuestro delirante empeño esencial.

567 (Pág. 73 – 2)

Si ha habido alguna vez un mortal atormentado, asaeteado por las dudas, he sido yo. En todo. Cuando envío un texto a una revista, mi primera intención es reclamarlo, volver a reescribirlo y, finalmente, abandonarlo. No tengo confianza en nada de lo que hago, y pienso. Y si poseo una certidumbre, es la desconfianza en mí mismo, que pone en tela de juicio no sólo mis capacidades, sino inclusos los fundamentos y la razón de mi ser. Estoy, literalmente, armado de escrúpulos. ¿Cómo, en tales condiciones, he podido emprender lo que ahora soy y, ante tamaña perplejidad, decidirme al menor acto, al menor pensamiento?

568 (Pág. 73 – 3)

“El terror del rostro humano” del que habla Quincey, lo he probado toda mi vida. ¿Quién va a despejar esa turba que ahora prolifera, con sus pequeños e inquietantes monstruos? Surgidos todos de la inmundicia de la generación extienden sobre sus rostros el horror de sus orígenes. ¡Y pensar que pueden tener padres!

569 (Pág. 73 – 4)

“... la mejor definición que puede hacerse de una lengua muerta es ésta: se la reconoce en que no admite el derecho de escribirse con faltas” (Vendryès).

570 (Pág. 73 – 5)

Estoy hecho para la minucia y la frivolidad, pero los sufrimientos han recalado en mi condenándome a la seriedad, para la cual no poseo ningún talento.

571 (Pág. 73 – 6)

Poseo una intuición tan directa de los desastres que nos reserva el futuro, que me pregunto dónde encuentro la fuerza para afrontar el presente.

572 (Pág. 73 – 7)

¡Maldito todo aquel que, abandonado por los dioses, no tiene otro recurso que el orgullo!

573 (Pág. 73 – 8)

Excepto ante la extrema soledad, cuando nos vemos reducidos por completo a nosotros mismos, vivimos de la impostura, somos una impostura.

574 (Pág. 73 – 9)

Todas las veces en que no pienso en la muerte tengo la impresión de hacer trampas, de engañar a alguien dentro de mí.

575 (Pág. 74 – 1)

Cuando paseo y miro a los demás me siento tan lejos de ellos que me parece estar recordando una pesadilla por algo cometido en otra vida. En sentido estricto -y en el figurado-, ninguna definición me conviene mejor y me halaga tanto como la de extranjero. No estoy hecho para tener una patria. Que no tenga ninguna o que haya perdido la mía ha sido el Destino quien así lo ha decidido.

576 (Pág. 74 – 2)

Me intereso tanto por el estilo porque lo veo como un desafío a la nada: carentes del poder para cambiar el mundo, hagámoslo al menos con la palabra.

577 (Pág. 74 – 3)

Nada más degradante que volver a ver un día tras otro las mismas estúpidas obsesiones deshonrándonos a nuestros propios ojos. Esa frecuencia, esa regularidad, hay que interpretarla como un castigo; de otro modo, moriríamos de vergüenza.

578 (Pág. 74 – 4)

La nostalgia y la ansiedad..., a eso se reduce mi “alma”. Dos estados a los que corresponden dos abismos: el pasado y el futuro. Entre ambos, el aire justo para poder respirar, el espacio preciso para sostenerme.

580 (Pág. 74 – 5)

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