martes, agosto 15, 2006

Fragmentos del 521 al 540

Toda mi vida no ha sido más que una sucesión de limitaciones ante la realidad que nadie creería posibles. Son las que, literalmente, me han hecho: sin ellas no sería nada. Ninguna influencia literaria me ha marcado tanto como los males cotidianos que me han acosado, los cuales han alimentado mis pensamientos y humores. He vivido clavado, crucificado sobre un lecho ideal. Porque hasta de pié en el fondo permanezco tendido, apresado por miles de tormentos.

521 (Pág. 67 – 3)

Sólo entre personas que no hacen la misma cosa se conocen los sentimientos puros. El novelista no envidia al filósofo, pero los novelistas entre ellos se detestan necesariamente, igual que los filósofos entre sí..., o como los poetas, especialmente. Pensemos en las miradas de rencor que se lanzan unos a otros, en las putadas que se reparten en la misma acera. Adán no era más que un aficionado: el maestro de todos nosotros fue Caín, el verdadero ancestro de nuestra raza.

522 (Pág. 67 – 4)

Cada vez que leo las traducciones de mis textos, comidas por la inteligibilidad, degradadas por el uso común, me sumo en la desolación y la duda. ¿Todo lo que escribí no contenía más que palabras? Lo brillante no puede traducirse a otra lengua; pasa lo mismo que con la poesía. ¡Qué lección de modestia y desaliento leerse en un estilo procesal, después de haberme afligido durante horas para encontrar cada vocablo! No quiero que se me traduzca más, que se me deshonre ante mis propios ojos.

523 (Pág. 67 – 5)

¡La extraordinaria lengua rumana! Cada vez que me sumerjo en ella (o que sueño con hacerlo, pues ¡ay!, he dejado de hacerlo) tengo la sensación de haber cometido una infidelidad imperdonable. La ocasión que brinda de darle a cada palabra ese matiz íntimo, de formar el diminutivo, de mejorarla (hasta el término muerte se suaviza: “mortisoara”...). Hubo un tiempo en que no veía en este fenómeno más que una tendencia al empobrecimiento, al menoscabo, a la degradación. Ahora me parece, por el contrario, una señal de riqueza, como una necesidad de conferir un “plus de alma” a todo.
524 (Pág. 67 – 6)

Estoy poseído hasta tal punto por la contradicción que todos mis movimientos se neutralizan unos a otros. En el preciso instante en que tomo una resolución ésta queda anulada por su contraria. A veces, afortunadamente, un súbito arrebato zanja mis elucubraciones y me obliga a actuar. Sin ese ataque imprevisto estaría condenado de por vida a la inmovilidad.

525 (Pág. 68 – 1)

Lo que es insoportable es vivir siendo tergiversado. Escribí el Breviario de podredumbre donde lo aniquilé todo, y me dieron un premio. Igual me pasó con La tentación de existir. He acabado ya Historia y Utopía. Lo rechazo, y no me gusta ese rechazo. Desde todas partes, se me priva de la satisfacción de ser un incomprendido.
¡Haber proclamado la vanidad de todo, y exponerse a los honores! Y me digo: no falla, en estas condiciones, hacer libros y publicarlos. Incluso Salomón publicó, y Job y todos los demás. Mi abatimiento es, por tanto, comprensible..., incluso excusable. No veo entonces porqué se dice que corro tras los laureles. La idea misma de que pueda conocer la gloria me humilla, me destroza a mis propios ojos. Llegaría a sentir vergüenza de mi mismo.

526 (Pág. 68 – 2)

Cuanto más envejezco, más profundamente siento los lazos que me atan a mis orígenes. Mi país me obsesiona: no puedo separarme de él, ni olvidarlo. Por el contrario, mis compatriotas me decepcionan y exasperan..., no puedo soportarlos. No nos gusta ver nuestros defectos en los demás, pero cuanto más les frecuento, más percibo en ellos mis taras: cada uno de ellos me resulta un reproche y como mi caricatura manifiesta.

527 (Pág. 68 – 3)

La euforia ejerce sobre mí el mismo efecto que la ansiedad. Me asusta, me sume en la perplejidad, dejándome disminuido en medio de una soledad y una exaltación ahítas de presentimientos.

528 (Pág. 68 – 4)

Después de una buena disputa, nos sentimos más ligeros y generosos que antes.

529 (Pág. 68 – 5)

El punto débil, el defecto de la coraza de cada uno de nosotros es lo que nos oculta. Nuestro secreto atormenta a los demás, y no podemos escamoteárselo por mucho tiempo. Cuanto más interés ponemos en ello, más se torna objeto de discusión y, finalmente, de escándalo. Por otro lado, nada más enriquecedor que someterse a una infamia (o lo que el mundo considera tal), pues entonces posiblemente no existiremos realmente más que por aquello que nos esforzamos en disimular. El secreto de cada uno de nosotros es su tesoro. Son dignos de lástima quienes no tienen revelaciones que temer.

530 (Pág. 68 – 6) (Pág. 69 – 1)

Hace dos meses que no escribo una palabra. Mi vieja pereza ataca de nuevo. No tengo otra ocupación que la nostalgia y el remordimiento. Cada día que pasa me hundo un poco más en el desprecio hacia mí mismo. Ideas que se deshilachan, proyectos que abandono apenas iniciados, sueños pisoteados con saña, sistemáticamente... Y sin embargo, no dejo de pensar en el trabajo, que es lo único que me reporta algo de salud. Si no logro rehabilitarme a mis propios ojos, estoy perdido sin remedio. He visto a mí alrededor los suficientes fracasados como para no temer que me convierta en uno. Aunque es posible que ya lo sea...

531 (Pág. 69 – 2)

Las cenas en la ciudad, las visitas, los pesados que me acosan. Luchar contra el tiempo, ese es mi estado habitual. Preservar mi soledad exigiría de mi el coraje de tornarme odioso. Inspirar odio a los hombres para poderme esconder de ellos.

532 (Pág. 69 – 3)

He despotricado tanto contra la voluntad, que me he convertido en el príncipe del mal, y no es extraño pues que haya terminado por abandonarme.

533 (Pág. 69 – 4)

¡Nada hay parecido a la gloria de París! ¡Y pensar que aspiré a ella! Pero ya estoy curado en este sentido. Y es éste el único progreso del que puedo vanagloriarme después de tantos años de tanteos, de fracasos y de deseos. Trabajar con vistas al anonimato, poner todo el interés en esconderme, cultivar la sombra y la oscuridad..., ése es mi único propósito. ¡Volver con los eremitas! Erigir mi soledad, alzar en mi alma un convento con los restos de ambición y orgullo que aún me quedan.

534 (Pág. 69 – 5)

Esos griegos, todos sofistas, qué abogados profundos.

535 (Pág. 69 – 6)

Un obseso sin convicciones...

536 (Pág. 69 – 7)

8 de abril de 1961


¡He cumplido cincuenta años!

537 (Pág. 69 – 8)

Digno de un vanidoso lo de engordar sus desgracias.

538 (Pág. 69 – 9)

No ganamos dinero más que al precio del honor.

539 (Pág. 69 – 10)

Egoísta..., lo he sido toda mi vida. La atención que he prestado a mis males me ha permitido exorcizar el demonio del hastío. Yo habría sido un hombre ocupado, pese a todo.

540 (Pág. 70 – 1)

1 comentario:

Susan Campos Fonseca dijo...

INTERESANTE PROYECTO, FELICIDADES!