martes, julio 18, 2006

Fragmentos del 441 al 460

No es en la inquietud, sino en la insatisfacción, donde siempre he vivido. Una insatisfacción esencial, de tal calibre que nada ha podido ni podrá jamás hacermela razonable.

441 (Pág. 58 – 3)

Contra el pensamiento disperso. Me gustaría vivir en un sociedad de fakires, de hombres que actúan sin moverse y dominan este mundo tanto más cuanto que se alejan, que no se adhieren a él.
Disponer de una inmensa voluntad, sin dirigirla hacia acto alguno, de una energía desmesurada y, en apariencia, inactiva...

442 (Pág. 58 – 4)

En toda mortificación almacenamos algo explosivo.
El deseo insatisfecho por voluntad expresa nos acerca ora al santo, ora al demonio.

443 (Pág. 58 – 5)

Es necesario que me ponga a hacer una antología de retratos desde Saint-Simon a Tocqueville.
Ese será mi adios al hombre. [ver 300 - Pág. 41 – 1]

444 (Pág. 58 – 6)

No se deviene invulnerable más que por el ascetismo, es decir, por la renuncia a todo. Sólo entonces el mundo no puede hacernos nada.

445 (Pág. 58 – 7)

Las ideas surgen mientras se pasea, decía Nietzsche. La marcha disipa el pensamiento, aseguraba Çankara.
Yo he “experimentado” las dos teorías.

446 (Pág. 58 – 8)

El hombre hace siempre –y necesariamente- un mal uso de la libertad. De ahí que todos los regímenes fundados o inspirados en ella se precipiten en la ruina.

447 (Pág. 58 – 9)

El hombre es un animal vacío.

448 (Pág. 58 – 10)

“Un arbol no se sabe miserable”. (Pascal)
Mi nostalgia de vegetal...

449 (Pág. 59 – 1)

No hay infierno más espantoso que el de la piedad. Compadecer a todo lo que existe, al puro hecho de ser.
(6 de julio de 1960. Día roído por la piedad)

450 (Pág. 59 – 2)

No se reflexiona más que cuando se elude el acto. Pensar es estar en retirada.

451 (Pág. 59 – 3)

M. S. se puso de rodillas ante el tribunal para suplicar su absolución. En vano. Condenado a doce años, se suicidó..., sin duda de vergüenza. ¡Ser humillada hasta tal extremo!
Hacen falta ilimitadas reservas de piedad para planear ciertos destinos.

452 (Pág. 59 – 4)

A la menor impresión algo crece desmesuradamente en mi interior, tomando proporciones alarmantes y aires de catástrofe. Es como si estuviera fuera de la tierra y ésta me aplastara con todo su peso.

453 (Pág. 59 – 5)

Nunca he podido embarcarme en empresas abocadas al éxito. Mi predilección se ha inclinado siempre hacia aquellas causas que me parecían secretamente condenadas. Siempre estoy, por instinto, del lado de los perdedores, como si su causa estuviera maldita. Preferir la tragedia a la justicia.

454 (Pág. 59 – 6)

¡Qué razón tiene ese moralista que sostiene que estamos agotados desde el momento que, para nosotros, no hay ya seres ni cosas irremplazables!

455 (Pág. 59 – 7)

Siempre he vivido como un transeúnte, en la voluptuosidad de no poseer; nunca he tenido nada mío, le tengo horror a esa palabra. Me estremezco cuando oigo a alguien hablar de mi mujer. Soy metafísicamente soltero.
Poseer, besitzen, es el verbo más execrable que existe. En los monjes me atraen incluso sus facetas repulsivas, y Dios sabe que las tienen.
Deberíamos poder renunciar a todo, incluso al propio nombre, lanzarnos al anonimato con pasión y furor. La renuncia es otra palabra para designar lo absoluto.
Entwerden, sustraerse al devenir (la palabra alemana más hermosa y significativa que conozco).
El viviente me da miedo, lo vivo, como si dijeramos todo lo que se mueve.
Tengo una piedad inmensa por todo lo que no es materia, porque siento hasta el sufrimiento y la desesperación la maldición que pesa sobre la vida en tanto que vida.

456 (Pág. 59 – 8) (Pág. 60 – 1)

Se me podrá reprochar una cierta complacencia en la decepción..., pero como a todo el mundo le gusta el éxito, es preciso -para guardar la simetría- que algunos nos inclinemos por la derrota.

457 (Pág. 60 – 2)

Más de un dios me ha abandonado, y no sé a cual acusar, no vaya a ser que luego no me encariñe de verdad con ninguno.

458 (Pág. 60 – 3)

Dudar de las cosas no es nada, pero concebir dudas acerca de uno mismo, éso es lo que se llama sufrir. Nos elevamos entonces por el escepticismo hasta el vertigo.
Todo está en cuestión cuando lo mío está en cuestión, incluso cuando se mueve desde nosotros, desde nuestro mío. La duda adquiere entonces una dimensión fatal, mórbida, y puede tornarse intolerable.

459 (Pág. 60 – 4)

El deseo de gloria nace de un sentimiento de total inseguridad referido al valor propio, de una falta de confianza en sí mismo. Y cuando dudo en reconocerme el menor mérito, anhelo una celebridad cósmica, desearía ser conocido de todo bicho viviente, de una mosca, de una larva.

460 (Pág. 60 – 5)

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