miércoles, junio 07, 2006

Fragmentos del 341 al 360

Me preguntan su puedo hacer un artículo sobre Camus. Rehuso. Su muerte me ha trastornado, pero no encuentro nada que decir acerca de un autor que ha llegado al colmo de la gloria, pero cuya obra, como he dicho en mi carta de disculpa, es de una “significación desesperadamente evidente”.

341 (Pág. 45 – 5)

Camus, que tanto protestó contra la injusticia, hubiera debido aplicarselo a su gloria, para ser consecuente consigo mismo. Pero habría sido indecente: sin duda creía que su gloria era merecida.
Si llevasemos hasta el límite la manía de la justicia, caeríamos en el ridículo y nos destruiríamos. Hay más elegancia en la resignación que en la rebelión, y más belleza en el anonimato que en el alboroto, en el ruido en torno al propio nombre.
Es despreciable todo aquel que se apega a su celebridad, que nunca es humillado ni herido.

342 (Pág. 45 – 6) (Pág. 46 – 1)

Mis admiraciones, por apasionadas que sean, llevan siempre algo de veneno. No tengo madera de panigerista.

343 (Pág. 46 – 2)

Sin ese fondo de desolación que colorea mis pensamientos y actitudes, dándoles apariencia de seriedad e incluso de sistema, yo hubiera sido de hecho un diletante perfecto.

344 (Pág. 46 – 3)

Tan sólo como un Dios desempleado.

345 (Pág. 46 – 4)

Toda ficción es saludable, y por ello –aunque no más que los demás-, no puedo pasarme. (Más lo hago, más estoy obligado a prodigar las confesiones de mis defectos).

346 (Pág. 46 – 5)

Los primeros historiadores romanos dejaban todos sus documentos (los cuales no eran sino elogios fúnebres, necesariamente embusteros) en los archivos de las familias patricias. Y como cada familia hacía remontarse sus orígenes a algún dios, se comprende la magnificiencia y la belleza inútil, de esa remota antigüedad.

347 (Pág. 46 – 6)

El lado charlatán de todo hombre de talento. Es como si tal don no fuera del todo natural, sino inventado para el solaz de quien lo posee. O mejor, para que se asombrara de ser gratificado con él. En los poetas, sobre todo, investidos de la gracia..., pero una gracia equívoca.

348 (Pág. 46 – 7)

La negación entraña para mí tal prestigio que, al apartarme del resto de las cosas, me ha convertido en una persona limitada, terca, impedida. Igual que algunos viven presa del encanto del “progreso”, yo vivo solo para el No. Y sin embargo, comprendo que se pueda decir “sí”, asentir a todo, aunque tal hazana –que admito en los demás-, exige por mi parte un salto del que actualmente no me siento capaz. El No ha penetrado en mi sangre, después de haber pervertido mi espíritu.

349 (Pág. 46 – 8)

Hay algo de nauseabundo y penoso en el uso del lenguaje abstracto: llaman pensar a todas esas palabras vacías yuxtapuestas para expresar lo irreal.

350 (Pág. 46 – 9)

¡Ah, cómo me gustaria limitarme únicamente a la sensación, a un mundo anterior al concepto, a las infinitesimales variaciones de una impresión sentida y que se me resolviera en miles de palabras asombrosas y sin consecuencias! ¡Escribir directamente sobre el sentido, convertirme en intérprete de un cuerpo y un alma incardinadas! Transcribir sólo cuanto veo, lo que me atañe, hacer como un reptil vuelto a sus asuntos... O mejor no un reptil, un insecto, que el reptil tiene una enojosa reputación de intelectual. Un libro que fuera poético de puro fisiológico.

351 (Pág. 47 – 1)

He frecuentado mucho los clásicos para poder siempre remontarme a los orígenes, y llegar, por medio del lenguaje, más allá del lenguaje.

352 (Pág. 48 – 2)

James Joyce, el hombre más orgulloso del siglo, por que quiso (y en parte lo logró) un imposible con el empecinamiento de un dios loco y porque nunca escribió para el lector y no pretendió ser legible a cualquier precio. Culminar en la oscuridad.

353 (Pág. 48 – 3)

Acertar a abolir lo público, a prescindir de ello, a no contar para nadie, a tragsrse el universo.

354 (Pág. 48 – 4)

Lo que arruina la mayor parte de los talentos, es que no saben limitarse.

355 (Pág. 48 – 5)

Nada seca más a un escritor que perseguir la perfección. Para escribir es preciso dejarse llevar con naturalidad, abandonarse, escuchar la propia voz..., eliminar la censura de la ironía y del buen gusto...

356 (Pág. 48 – 6)

Dos textos de la Antigüedad, uno hermoso de por sí, el otro significativo dentro de lo posible: la descripción de Plinio el naturalista de la erupción del Vesubio y el fin de Pompeya, y la carta de Plinio a Trajano acerca de la manera en que los cristianos deben ser tratados.

357 (Pág. 48 – 7)

Todo lo que tengo de bueno nace de mi pereza; sin ella, ¿qué me hubiera impedido poner en ejecución mis peores designios? Afortunadamente, ésta me ha contenido en los limites de la “virtud”.
Todos los vicios vienen de un exceso de actividad, de nuestra propensión a realizarnos, a darle una apariencia honorable a nuestros defectos.

358 (Pág. 48 – 8)

Todos esos pueblos dichosos, atiborrados, el francés, el inglés... ¡Ah, yo no soy de aquí, me preceden siglos de desgracias ininterrumpidas! He nacido en una nación sin suerte. La felicidad acaba en Viena; más allá, ¡la maldición!

359 (Pág. 48 – 9) (Pág. 49 – 1)

Una cobardía inmensa ante la vida, y algo así como un escalofrío de abulia.

360 (Pág. 49 – 2)

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