miércoles, junio 07, 2006

Fragmentos del 321 al 340

Un crítico ha observado muy sagazmente que el Dios del Jardín del Edén es un Dios rural.

321 (Pág. 43 – 7)

¿Porqué Adán y Eva no cogieron primero del arbol de la vida? Porque la tentación de inmortalidad es menos fuerte que la de saber, y sobre todo la de poder.

322 (Pág. 43 – 8)

11 de enero. Un día consumido por la conversación.

323 (Pág. 43 – 9)

Todas las muertes naturales son comprometedoras.

324 (Pág. 43 – 10)

El relato de la caída es tan hermoso porque el autor no muestra figuras símbolos, ni mitos: nos presenta un Dios de carne y hueso en el Jardín, y no una entidad.

325 (Pág. 43 – 11)

Un día alguien abolirá el saber y el poder, renunciará a ellos, y entonces morirá.

326 (Pág. 43 – 12)

Todos los climas me sientan fatales, mi cuerpo no se acomoda a ninguna latitud.

327 (Pág. 43 – 13)

Quien habla del mito proclama su incredulidad, su total ausencia de sentido religioso.
Hay que pensar en Dios, y no en la religión, en el éxtasis, y no en la mística. La diferencia entre el teórico de la religión y el creyente es tan grande como entre el psiquiatra y el loco.

328 (Pág. 44 – 1)

Todo lo que es civilización es derivado, y todo lo que es derivado no vale nada.

329 (Pág. 44 – 2)

Cuanto más nos alejamos de Dios, más avanzamos en el conocimiento de las religiones.

330 (Pág. 44 – 3)

La historia, de cualquier manera que la consideremos, es una pantalla que nos hurta el absoluto.

331 (Pág. 44 – 4)

Solo lo original es verdadero. Todo lo que el espíritu inventa es falso.

332 (Pág. 44 – 5)

He perdido bastantes de mis antiguos defectos; en cambio, he adoptado otros, por lo que el equilibrio se mantiene intacto.

333 (Pág. 44 – 6)

Ya he recalcado que no puedo entenderme del todo bien con un hombre desde el momento en que ha llegado al colmo del fracaso y ha perdido todo apoyo y, con él, todas las certidumbres de su éxito. En esos momentos, ese hombre está desprovisto de todas sus mentiras, desnudo y verdadero, fiel a su esencia por los golpes del azar.

334 (Pág. 44 – 7)

No pierdas tu tiempo criticando a los demás, censurando sus obras; haz la tuya, consagrale todas tus horas. El resto es fárrago o infamia. Se solidario con todo lo que en ti es verdad y, por lo mismo, “eterno”.

335 (Pág. 44 – 8)

Alguien dijo muy oportunamente que “existir es ser distinto”. Deja de existir en cualquier régimen, religioso o político, quien suprime la herejía, el deseo de ir contra el dogma o la corriente.

336 (Pág. 44 – 9)

Esos ataques de terror sin motivo, sin fundamento, sin justificación aparente, que nos oprimen la garganta, que nos paralizan y nos sumergen en un estupor humillante. (El otro día, precisamente, subiendo las escaleras a oscuras, fui detenido como por una fuerza invisible llegada al mismo tiempo del exterior y de mí mismo; imposible avanzar, me quedé allí quince minutos, petrificado, clavado en el sitio, alucinado y avergonzado. Y no es la primera vez que me pasaba, pues como siempre acabó en el furor y la desolación. ¿De qué es síntoma este tipo de fenómenos?

337 (Pág. 44 – 10) (Pág. 45 – 1)

Juzgando sin piedad a sus contemporáneos, existe el riesgo de tener razón y de representar a los ojos de la posteridad el rol de espíritu incisivo y clarividente. Pero de tacada se renuncia al lado aventurero de la admiración, a los calurosos errores que ello supone. Si, la admiración es una aventura, y en tanto que la más hermosa, aquella que se burla casi siempre. Se asusta, es razonable, de no tener ilusión alguna por nadie.
Nada más lamentable que tener ineluctablemente razón.
(A propósito de los moralistas que han caido justamente en tales defectos).

338 (Pág. 45 – 2)

Ningún tipo de originalidad literaria es ya posible mientras se respete la síntaxis. Hay que triturar la frase, si se quiere sacar algo.
Sólo el pensador debe atenerse a las viejas supersticiones, al lenguaje claro y a la síntaxis conveniente. Y es que la originalidad, en el fondo, tiene las mismas exigencias que en tiempo de Tales.

339 (Pág. 45 – 3)

Heráclito, Pascal..., del primero más felizmente que del segundo, parece que de su obra no quedan más que los despojos (¡qué suerte para ellos no haber organizado en un sistema sus interrogantes!). El comentarista se entrega con la alegría en el corazón a rellenar amorosamente las lagunas, los intervalos entre los “pensamierntos” y las máximas. Y a divagar impunemente. Puede sin temor reconstruir a su gusto un personaje, a su antojo, arbitrariamente, darle todas las ilusiónes de la libertad y de la invención. El rigor es barato.

340 (Pág. 45 – 4)

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