lunes, mayo 15, 2006

Fragmentos del 161 al 180

He colgado en la pared un viejo grabado que representa el ahorcamiento de los partisanos armañones, en el cual la mirada va de la burla a la hilaridad. Todo un espectáculo del que no llegaré a cansarme.

161 (Pág. 28 – 7)

Hasta donde puedo recordar, nunca he creído en otras virtudes que las de la fiebre.

162 (Pág. 28 – 8)


22 de agosto de 1958


No ignoro que hay una mezcla de periodismo y metafísica en todo lo que hago.

163 (Pág. 28 – 9)

Vivir es componer. Todo aquel que muere sin fama es sospechoso.

164 (Pág. 28 – 10)


22 de agosto de 1958


Vuelvo de la Isla de Ré. Una semana absoluta. Sensación de paraíso terrenal. ¡Qué degeneración, volver a Paris! Recorro las calles como un alucinado. ¿Qué busco? Me siento ajeno a todo. Ningún punto de contacto con nadie. ¡Ah, esa voluptuosidad de ignorado en una playa! De haber sido sustraido a la “vida” (me avergüenzo de emplear esta palabra).
Decididamente, no estoy hecho para vivir entre los hombres. Sufrimiento a cada momento. ¡Qué de progresos no habría hecho en la carrera de las lágrimas!

164 (Pág. 28 – 11) (Pág. 29 – 1)

Hay en mí un fondo venenoso que nada podrá atacar o neutralizar.

165 (Pág. 29 – 2)


29 de octubre de 1958


Ser parecido a esa Unidad primordial, fuera de la cual nada existe, de la cual dice el décimo himno del Rigveda que “respiraba por si misma sin aliento”.

166 (Pág. 29 – 3)

Pasaba por maestro en el arte de exterminar por el elogio.

167 (Pág. 29 – 4)

Encontrar “las llaves de mi voluntad” (por usar la metáfora de Teresa de Avila) con “nuestro” Señor.

168 (Pág. 29 – 5)

He releido algunas páginas de mis pobres Silogismos; son restos de sonetos, de ideas poéticas aniquiladas por la burla.

169 (Pág. 29 – 6)

Devoro libro tras libro, con el único objeto de eludir los problemas, de no pensar en ellos. En medio del desasosiego, la certidumbre absoluta de mi soledad.

170 (Pág. 29 – 7)
Es en los momentos de debilidad y de duda cuando la verdad y la idea misma de verdad nos encuentra tan inaccesibles e inconcebibles, que la menor verosimilitud nos parece una perspectiva inesperada.

171 (Pág. 29 – 8)

He vencido el deseo -que no la idea- del suicidio. Juicioso a fuerza de fracasos.

172 (Pág. 29 – 9)

Me inclino a veces a pensar, con los estóicos, que toda sensación es una alteración, y todo afecto una enfermedad del alma.

173 (Pág. 29 – 10)

Un filósofo es un hombre que se lanza; pero yo, atado por miles de dudas, ¿qué puedo afirmar, sobre qué puedo precipitarme? El escepticismo agota el vigor del espíritu. O más bien, un espíritu agotado cae en el escepticismo y a él se consagra por esterilidad, por vacío.

174 (Pág. 29 – 11)

A la más fuerte de mis dudas le falta una pizca de absoluto, una nadería de dios.

175 (Pág. 30 – 1)

“Si debo narrar en detalle la conducta de Nuestro Señor a mi consideración....” -así habla Santa Teresa-, ¡cómo envidio esas “almas” que piensan que Dios o Jesús vela y se interesa por ellas!

176 (Pág. 30 – 2)

De cerca, todo lo que vive, el menor insecto, parece cargado de misterio; de lejos, una nulidad sin límites.
Hay una distancia que suprime la metafísica; filosofar es, entonces, ser complice del mundo.

177 (Pág. 30 – 3)

La autobiografía de Teresa de Avila (¿cuántas veces la habré leido?). Si después de tantas lecturas no he alcanzado la fé, está escrito que no la tendré jamás.

178 (Pág. 30 – 4)

¡Qué horror tengo a la carne! Una suma infinita de caídas, el modo como se cumple nuestra decadencia cotidiana. Si hubiera un dios, nos habría dispensado de la carga que entraña almacenar podredumbre, arrastrar un cuerpo.

179 (Pág. 30 – 5)

Si nunca me arrojo a los pies de Dios, será por furor o por una suprema repugnancia de mí mismo.

180 (Pág. 30 – 6)

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