viernes, enero 11, 2008

Fragmentos del 1141 al 1160

La Vida me echa a un lado, para que pueda seguir. Sentirse como un obstáculo en la marcha de las cosas. Molesto al Devenir.

1141 (Pág. 144 – 5)

Lo que me hace perder el gusto por el futuro es la certidumbre de que en él todo será aún más feo que en el presente. Sólo con pensar en la degeneración de la arquitectura desde los inicios del siglo XIX a hoy, siento escalofríos en la espalda. ¿Se imaginan como será esta arquitectura en el futuro? Es mejor no pensarlo.

1142 (Pág. 144 – 6)

Toda cuestión, cualquiera que sea, es ilimitada. Es nuestro espíritu estrecho, nuestra manía de definir, quien le impone fronteras.

1143 (Pág. 144 – 7)

Estos tejados horribles y ese cielo gris, que contemplo hasta el embrutecimiento. ¿Dónde hallar el menor indicio de esperanza y de realidad? La desolación del aquí abajo en estado puro, del catastrófico aqui abajo.
Todo lo que contemplo a mi alrededor halaga mi desesperación y viene a confirmar mi horror al mundo.

1144 (Pág. 144 – 8)

Mi vieja teoría: no se puede vivir ni con Dios, ni sin Dios.

1145 (Pág. 144 – 9)

¡Santillana del Mar! [Cerca de Santander, el pueblecito más hermoso de todo el Cantábrico] Pienso en ella antes de rezar con el más auténtico y profundo desgarro, hasta tal punto me hace llorar la nostalgia.

1146 (Pág. 144 – 10)

Esos momentos en que nuestros pensamientos descienden y desciencen, cada vez más abajo –casi hasta nuestra tumba-, la atraviesan y después remontan hacia no se sabe qué...

1147 (Pág. 145 – 1)

Hay una especie de disconformidad entre el mundo y yo, que se agudiza con los años; por el tono de frialdad, es cierto, y no por el de lirismo, como era el caso años atrás. (Creo sinceramente que un angel se sentiría consigo mucho mejor aquí abajo que yo. Aunque la comparación no es buena : porque no es la pureza la que me impide saberme parte de este mundo, no, es otra cosa, algo así como un veneno nostálgico, del que sólo los demonios -antes que los ángeles- pueden tener el presentimiento o la idea.)

1148 (Pág. 145 – 2)

Una melodía parcheada.

1149 (Pág. 145 – 3)

Cuando se deja hacer a las cosas, nada ocurre..., muy afortunadamene. Quien dice acontecimiento dice cabezonería.

1150 (Pág. 145 – 4)

1 de febrero de 1963.
Esta tarde he estado escuchando durante dos horas a un compañero de clase al que no veía desde hace quince años. Y digo escuchando, porque no ha parado de hablarme de sus hazañas, de sus éxitos, de su fortuna, de su mujer y de todo el mundo. No creo que se lo inventara, pero tenía tal forma de adornar hasta el menor detalle de sus aventuras, que me dejaba entre el asombro y el disgusto. ¡Aventuras y más aventuras! “Y le dije...”, “y cogí la delantera...”, “trabajando veinte horas al día...”. Para terminar, me pidió que no dejara de llamarle si necesitaba cualquier cosa. Lo de frecuentar a estos rumanos está bien: los defectos de los hombres en general se revelan en ellos en toda su desnudez. De hecho, no saben disimular..., o más bien tienen entre sí tal forma de disimular que los delata por completo.

1151 (Pág. 145 – 5)

“El Espíritu Santo no es escéptico” (Lutero).
Una de sus frases inagotables, a las que consagraba todas las horas muertas de sus insomnios.

1152 (Pág. 145 – 6)

Antes de la guerra había un viejo poeta enfermo totalmente olvidado, al que leí no se dónde, que había dado instrucciones de que no quería nada con nadie. Su mujer, por caridad, de vez en cuando llamaba a su puerta...

1153 (Pág. 145 – 7)

Los escritores menores envejecen menos que los grandes (O más bien, son más legibles). La razón es que éstos últimos están menos marcados que los otros por los defectos y cualidades de la época en que viven.

1154 (Pág. 146 – 1)

Ayer fuí a un cocktail, del que volví furioso, desatado. No puedo ir más a ese tipo de mascaradas. Ver a toda esa gente reunida me resulta intolerable. A mi edad, el espectáculo del “gran mundo”, no tiene ya razón de ser. He dedicido no volver a ir a ningún otro, encerrarme en mí mismo y vivir en París como si no estuviera.

1155 (Pág. 146 – 2)

El comercio de la inocencia es tan aburrido como el de la picardía. Habría que buscar un punto medio entre la sociedad y la naturaleza.

1156 (Pág. 146 – 3)

¡Si el descontento con uno mismo otorgara la genialidad!

1157 (Pág. 146 – 4)

“... contraemos al nacer la obligación de morir” (San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales).

1158 (Pág. 146 – 5)

Lo que hace falta es destruirlas, echar al fuego las páginas que no le gustan, así demuestra su fuerza un escritor. Publicar lo menos posible, tal debiera ser su divisa.
En el fondo, agradezco a mi pereza el haberme alejado del error en que caen los demás por un exceso de vitalidad, de trabajo o de talento.

1159 (Pág. 146 – 6)

Si estuviera seguro de que tengo tantos defectos como los demás, como aquellos a los que conozco, me suicidaría inmediatamente.
¿...Pero cómo dudarlo?

1160 (Pág. 146 – 7)

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