domingo, mayo 14, 2006

Fragmentos del 21 al 40

Mongolia del corazón.

21 (Pág. 15 – 3)

Era un hombre corrompido por el sufrimiento.

22 (Pág. 15 – 4)


2 de agosto de 1957


Suicidio de E. : un abismo inmenso se abre en mi pasado. De ahí surgen miles de recuerdos exquisitos y desgarradores.
¡Le gustaba tanto la decadencia a ella...! Y sin embargo, se ha suicidado para eludirla.

23 (Pág. 15 – 5)

Si hubiera llevado a cabo una décima parte de mis proyectos sería de lejos el autor más fecundo de la historia. Para mi desgracia, o para mi suerte, siempre me interesó mucho más lo posible que la realidad, y nada es más ajeno a mi carácter que el cumplimiento. He profundizado hasta en el menor detalle de todo aquello que jamás hubiera hecho. Hasta ese extremo de lo virtual he llegado

24 (Pág. 15 – 6)


22 de diciembre de 1957


Vacio sobrehumano, súbito desmoronamiento de todas las certezas penosamente acumuladas en estos últimos años...

25 (Pág. 15 – 7)

El 18 de este mes, muerte de mi padre. No sé, pero siento que lo lloraré en otra ocasión. Me encuentro tan ausente de mi mismo que ni fuerzas tengo para la pesadumbre, y tan bajo, ni siquiera puedo elevarme a la altura de un recuerdo, ni de un remordimiento.

26 (Pág. 15 – 8)

Percibir la parte de irrealidad de cada cosa, signo irrecusable de que se avanza hacia la verdad.

27 (Pág. 15 – 9)

Sentimiento místico de mi indignidad y de mi decadencia.

28 (Pág. 15 – 10)

Veo hoy, miercoles 25 de diciembre de 1957, el rostro de mi padre muerto, en su ataud.

29 (Pág. 15 – 11)

He buscado mi salvación en la utopía y no he encontrado consuelo más que en el Apocalipsis.

30 (Pág. 15 – 12)

El Colegio de Francia. Curso de Puech sobre el Evangelio según San Mateo (apócrifos de Egipto). Una sensación terrible: todos los asistentes se me aparecen, de golpe, como muertos.

31 (Pág. 16 – 1)


17 de enero de 1958


Hace unos días... Me dispongo a salir y, para arreglarme el pañuelo, me contemplo en el espejo. Y de repente, un terror indescriptible: ¿quién es este hombre? Me resulta imposible reconocerme. Pude identificar bien mi abrigo, mi pañuelo, mi sombrero, pero no sabía quién era: porque no era yo. Duró todo apenas treinta segundos. Cuando logré recuperarme, el miedo no cesó enseguida, sino que fue diluyéndose paulatinamente. Conservar la cordura es un privilegio que nos pueden arrebatar.

32 (Pág. 16 – 2)

¡Exageraciones de la abulia! Para evadirme, leo de vez en cuando cualquier libro sobre Napoleón. El coraje de los demás nos sirve de vez en cuando de tónico.

33 (Pág. 16 – 3)

Ya sé finalmente lo que son mis noches: remontar con el pensamiento todo el intervalo que me separa del Caos.

34 (Pág. 16 – 4)

Desde hace tiempo creo que la capacidad de renunciar es el criterio, el único, capaz de medir nuestros progresos espirituales.
Y, sin embargo, cuando examino algunos de mis actos de renuncia, me doy cuenta de que muchos estuvieron acompañados de una gran (y secreta) satisfacción orgullosa, inclinación absolutamente opuesta a toda profundización interior.
¡Y pensar que llegué a rozar la santidad! Pero aquellos años están lejos, y hasta su recuerdo me resulta doloroso.

35 (Pág. 16 – 5)

De la mañana a la noche, no hago otra cosa que vengarme. ¿Contra quien? ¿De qué? Lo ignoro -o lo olvido-, ya que nadie se libra. La rabia desesperada, nadie mejor que yo sabe qué es eso. ¡Oh, los estallidos de mi decadencia!

36 (Pág. 16 – 6)

“(...) y los últimos serán los primeros”.
Esta promesa basta para explicar el éxito del cristianismo.
(En mi terrible decadencia, entender esta promesa no está exento de cierta confusión. Como la que sentí el 30 de enero pasado, en el Colegio de Francia, durante el curso de Puech sobre el Evangelio –apócrifo- según Tomás).

37 (Pág. 16 – 7)

¿Cuál será el futuro?
La rebelión de los pueblos sin historia.
En Europa está claro; triunfarán sólo aquellos que no han vivido.

38 (Pág. 17 – 1)

Mi incapacidad para vivir no es igual que mi incapacidad para ganarme la vida. El dinero no se me pega a la piel. Soy un advenedizo de cuarenta y siete años, ¡sin haber tenido nunca una renta!
Nunca he podido pensar en términos monetarios.

39 (Pág. 17 – 2)

Para ganarse la vida, es necesario ocuparse de los demás; así pues, yo no soy necesario más que... para Dios y para mí mismo, para el todo y para la nada.

40 (Pág. 17 – 3)

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