jueves, febrero 15, 2007

Fragmentos del 721 al 740

Todos mis problemas habría podido resolverse si hubiera sabido engancharme a una fe cualquiera. Pero creer (me refiero a una creencia que desemboque en la mística) no entra dentro de mis posibilidades. Y más que creer realmente, lo que quiero es amar; ahora bien, tampoco puedo amar..., yo puedo tener entusiasmos, ramalazos de admiración, o incluso de veneración, pero esa lírica fidelidad a Dios o a la creación, apenas la he entrevisto, incluso la he llegado a sentir. Debo reconocer, por tanto, que no es ahí donde podría destacar.

721 (Pág. 90 – 6) (Pág. 91 – 1)

13 de junio. Después de diez horas de sueño, me levanto con unos dolores y una pesadez casi generales. Nunca como entonces noto hasta qué extremo nada ni nadie van a cambiar el curso de mis dolencias, que la necesidad a la cual éstas me tienen sumiso es inquebrantable y “irrompible”, que es imposible sustraerse a ellas, y que no soy “libre” más que para constatar cómo éstas me quitan toda libertad. Cuando intento olvidar “mi” destino, todos mis males vuelven a sumergirme en ellos. Y mi asombro vuelve a empezar: ¿cómo creer en la libertad, si nunca estoy a gusto con mi cuerpo?
La idea del destino es típica del convaleciente.

722 (Pág. 91 – 2)

Yo no dejaré rastro detrás de mí, pertenezco a la familia de los condenados a no poder salir de sí mismos.

723 (Pág. 91 – 3)

Si la intensidad de sensaciones fuera suficiente para conferir el talento, hubiera podido ser alguien. Pero ...

724 (Pág. 91 – 4)

Leo algunos “retratos” de Jules Lemaitre. Estas cosas de Hugo son admirables, lo mismo que las de Rochefort. Sorprende tanta finura en un crítico que nunca lee (yendo más lejos, he tenido la maldad de leer lo que ha escrito sobre... Pierre Loti). ¡En fin! Nos lo presenta como todo un gran hombre y lo compara -cuando no lo pone por encima- con Balzac, Shakespeare, etc. ¡Lo que hay que oír! Vaya una lección de modestia, no sólo en un crítico, sino en cualquier “plumilla”. La “gloria”..., verdaderamente, hay que tener una gran dosis de ingenuidad para creer en ella.

725 (Pág. 91 – 5)

Todo lo que el hombre hace me parece artificial e inútil. Para mí, sólo el animal tiene gracia. ¡Vaya un absurdo que este mono sea el que va a la oficina! Meterse en una habitación, sentarse ante una mesa de trabajo, y quedarse así durante horas..., decididamente, la última de las bestias está más cerca de la verdad que el hombre.
¡Y cuando pienso en esa raza maldita de funcionarios que desperdicia sus días en asuntos que no les interesan, que ni tienen que ver con sus preocupaciones, ni con su ser mismo! En el mundo actual, nadie hace lo que debe, lo que por encima de todo le gustaría hacer. ¡Y cuando pienso que hasta el mismo campesino está en vías de desaparición! Decididamente, nada podrá reconciliarme con el destino del hombre.

726 (Pág. 91 – 6)

Ante la enfermedad no hay orgullo que valga. Nada puede hacerse.
Es la que nos llama al orden, a la realidad, y destruye nuestras pretensiones. Humillación de cada instante. Estar malo es como tener al lado una fuerza invisible que nos abofetea continuamente.

727 (Pág. 92 – 1)

Casi siempre es un signo de bajeza emitir un juicio moral sobre alguien. Sólo los dioses -¡y no siempre!- tienen derecho a sopesar nuestros actos.

728 (Pág. 92 – 2)

17 de junio, domingo. No podía dormir y me he levantado a las 5,30 h. Un paseo por el parque de Luxemburgo, donde sólo encuentro una lucecita pura, la del amanecer. Conforme avanza el día, hasta esa misma luz se va prostituyendo...

729 (Pág. 92 – 3)

La vida siempre me ha parecido enigmática y vacía, profunda e irreal..., una nada que invita al estupor.

730 (Pág. 92 – 4)

Desde hace cinco días sigo una cura en Enghien. Mis nervios no resistían más. Insomnio. El menor remedio me deja hecho polvo. También cuidarse es, de una u otra forma, ponerse malo.

731 (Pág. 92 – 5)

Escucho las Cantatas n. 189 y 140 de Bach, por la Coral Bach de Mannheim. Siento una inmensa paz y ganas de llorar.

732 (Pág. 92 – 6)

Después de atravesar miles de dudas, al menos poseo el mérito de haber encontrado que la única realidad está en nosotros.
Mi posición “filosófica” se sitúa en algún lugar entre el budismo y el Vedanta.
No obstante, todas mis “apariencias” me adscriben a Occidente. ¿Solamente por mis apariencias? Por mis taras también. Y es de estas últimas de donde procede mi incapacidad para optar por un sistema, para encerrarme en una definición o en un sistema salvífico.

733 (Pág. 92 – 7)

En el fondo, sólo el tono patético me sienta bien. Cuando uso otro, me aburro y dejo la pluma.

734 (Pág. 92 – 8)

Vuelvo a sumergirme en el Memorial de Las Casas, después de haber releído los Pensamientos de Pascal. ¡Pascal y Napoleón! Necesito pelear contra uno gracias al otro.

735 (Pág. 92 – 9)

Soy un tonto, hace tiempo que debería de haberme convertido en un vulgar gusano, y de ese modo darle un sentido a mi existencia, y acabar de una vez.

736 (Pág. 93 – 1)

Mi espíritu no está a la altura de mi sensibilidad.

737 (Pág. 93 – 2)

Me gustaría intentar alejarme de mí mismo, pero mis males me lo impiden ineluctablemente. El pesar de reencontrarse siempre, el mal de la identidad..., ¡vaya si lo conozco!

738 (Pág. 93 – 3)

Napoleón, en Santa Elena, hojeaba de vez en cuando una gramática... En esto, al menos, demostraba que era francés.

739 (Pág. 93 – 4)

Me encuentro en la imposibilidad de escribir. La Palabra es un muro contra el que embisto, que se me opone, alzado ante mí. Sin embargo, sé muy bien de lo qué quiero hablar, tengo el tema, vislumbro el dibujo del conjunto. Pero me falta la expresión, nada puede salvar la barrera del Verbo. Nunca he conocido semejante parálisis, que me afecta hasta la desesperación..., o peor aún, hasta el asco. Hace seis meses que emborrono el papel, sin haber escrito una sola pagina que no me haga sonrojarme. No vuelvo a leer una línea más de filosofía hindú: ha sido la meditación sobre “la renuncia al fruto del acto” la que me ha conducido a este estado. ¡Si al menos hubiera ejecutado un acto cualquiera! Mi abandono, ¡ay!, precede incluso a mis veleidades.
Para llegar a algo, tengo que renunciar a imponerme tipo alguno de sabiduría. No puedo luchar indefinidamente contra mi naturaleza. La violento total e inútilmente al querer adquirir así el saber. Estoy hecho para desencadenarme, no para vencerme.

740 (Pág. 93 – 5)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hace poco que empecé a conocer a Cioran, y me parece genial. En estos días me compré El ocaso del pensamiento, lástima que acá en Argentina sus libros salen caros, pero valen la pena... Saludos!