Primer deber de cada uno, al levantarse: ruborizarse de sí mismo.
1821 (Pág. 215 – 7)
Si el perro es el más despreciable de los animales es porque el hombre se conoce lo suficiente como para poder apreciar un compañero que le resulta tan fiel.
1822 (Pág. 215 – 8)
Soy como esas viejas maniáticas que ven en todo desconocido un asesino.
1823 (Pág. 215 – 9)
El reino de lo inesencial.
1824 (Pág. 215 – 10)
Las cosas como son: todos mis pensamientos existen en función de mis miserias. Si he comprendido ciertas cosas, el mérito hay que situarlo únicamente sobre las lagunas de mi salud.
1825 (Pág. 215 – 11)
Las cartas de Simone Weil dirigidas al padre Perrin, escritas durante la guerra y publicadas en Attente de Dieu (Espera de Dios)…, pocas veces he leido algo tan fuerte referido al grado de exigencia absoluta con uno mismo. El respeto a la Verdad tiende a lo trágico.
1826 (Pág. 215 – 12)
¿A qué rezarle en el fondo de este universo marchito?
1827 (Pág. 215 – 13)
Esta angustia que se nutre a sí misma. Cualquier pretexto le vale para inflarse, para exasperarse. Saber que no obedece a ninguna “razón”, y que por tanto hay que someterse y seguir sufriéndola. No puedo dominarla, emana de todos mis desfallecimientos, de una debilidad que habría que calificar de ontológica…
1828 (Pág. 215 – 14) (Pág. 216 – 1)
En la medida de lo posible, huir como de la peste de las palabras “infinito” y “eternidad”.
1829 (Pág. 216 – 2)
Pueblo malhumorado y deshonesto…
1830 (Pág. 216 – 3)
Todo trabajo en profundidad supone cierto gusto por lo reprimido.
1831 (Pág. 216 – 4)
Esos días en los que la menor contrariedad me sume en una depresión total de la cual me resulta imposible deshacerme y que me deja la impresión de que jamás acabará, que me sobrevivirá incluso.
1832 (Pág. 216 – 5)
Nada me gusta más en Calígula que la orden dada a sus guardias de imponer el silencio absoluto en los establos la noche precedente a los espectáculos circenses de su caballo.
1833 (Pág. 216 – 6)
El discurso de Otón antes de matarse. Rehúsa quejarse o acusar, pues, según dice, “ocuparse de los dioses o de los hombres es señal de querer seguir vivo”.
1834 (Pág. 216 – 7)
17 marzo 1964.
¡De repente, un recuerdo muy preciso de mi pequeña habitación de la Schumannstrasse en Berlin, cuando tenía treinta años! ¡Lo cabreado que estuve en aquélla época! Nunca he conocido después una soledad más opresiva.
1835 (Pág. 216 – 8)
Heidegger y Céline…, dos esclavos de su lenguaje, hasta el punto que para ellos liberarse de él equivaldría a desaparecer. Esclavizarse del estilo propio, algo así como entre una necesidad, un juego, y una impostura. ¿Cómo desenredar la parte de cada uno de estos elementos? Se diría que el fenómeno primordial es la necesidad. Es lo que absuelve a los maniáticos de su lenguaje.
1836 (Pág. 216 – 9)
L. Muerto de tuberculósis en 1942 o 1943. Durante la ofensiva alemana de 1940, recuerdo que vino a verme al hotel, a mi habitación donde se encontraban de visita dos estudiantes rumanos, no recuerdo quiénes. Tuve que ausentarme durante media hora. A mi regreso, los estudiantes se habían ido, y quedé a solas con L., que me dijo: “Tus compatriotas son gilipollas…, sí, gilipollas. ¡Les gusta Francia!”
L. tenía tal pánico a ser movilizado que deseaba una derrota rápida. No he conocido por tanto nadie más francés, en el buen sentido del término, que él.
1837 (Pág. 216 – 10) (Pág. 217 – 1)
La pasión por la música es en sí misma una confesión. Nos sentimos más cercanos a un desconocido que se dedica a ella que a cualquiera que le resulte indiferente y que veamos a diario.
1838 (Pág. 217 – 2)
El masoquismo alemán es intolerable. Ayer noche, conferencia de Hans M. Enzensberger. De creerle, sólo los alemanes han cometido crímenes durante la última guerra.
Este pueblo no puede ser más que arrogante o plano, provocador o cobarde.
1839 (Pág. 217 – 3)
Cada uno cree que sólo él persigue la verdad, y que los demás son incapaces de buscarla y no merecen encontrarla.
1840 (Pág. 217 – 4)
1821 (Pág. 215 – 7)
Si el perro es el más despreciable de los animales es porque el hombre se conoce lo suficiente como para poder apreciar un compañero que le resulta tan fiel.
1822 (Pág. 215 – 8)
Soy como esas viejas maniáticas que ven en todo desconocido un asesino.
1823 (Pág. 215 – 9)
El reino de lo inesencial.
1824 (Pág. 215 – 10)
Las cosas como son: todos mis pensamientos existen en función de mis miserias. Si he comprendido ciertas cosas, el mérito hay que situarlo únicamente sobre las lagunas de mi salud.
1825 (Pág. 215 – 11)
Las cartas de Simone Weil dirigidas al padre Perrin, escritas durante la guerra y publicadas en Attente de Dieu (Espera de Dios)…, pocas veces he leido algo tan fuerte referido al grado de exigencia absoluta con uno mismo. El respeto a la Verdad tiende a lo trágico.
1826 (Pág. 215 – 12)
¿A qué rezarle en el fondo de este universo marchito?
1827 (Pág. 215 – 13)
Esta angustia que se nutre a sí misma. Cualquier pretexto le vale para inflarse, para exasperarse. Saber que no obedece a ninguna “razón”, y que por tanto hay que someterse y seguir sufriéndola. No puedo dominarla, emana de todos mis desfallecimientos, de una debilidad que habría que calificar de ontológica…
1828 (Pág. 215 – 14) (Pág. 216 – 1)
En la medida de lo posible, huir como de la peste de las palabras “infinito” y “eternidad”.
1829 (Pág. 216 – 2)
Pueblo malhumorado y deshonesto…
1830 (Pág. 216 – 3)
Todo trabajo en profundidad supone cierto gusto por lo reprimido.
1831 (Pág. 216 – 4)
Esos días en los que la menor contrariedad me sume en una depresión total de la cual me resulta imposible deshacerme y que me deja la impresión de que jamás acabará, que me sobrevivirá incluso.
1832 (Pág. 216 – 5)
Nada me gusta más en Calígula que la orden dada a sus guardias de imponer el silencio absoluto en los establos la noche precedente a los espectáculos circenses de su caballo.
1833 (Pág. 216 – 6)
El discurso de Otón antes de matarse. Rehúsa quejarse o acusar, pues, según dice, “ocuparse de los dioses o de los hombres es señal de querer seguir vivo”.
1834 (Pág. 216 – 7)
17 marzo 1964.
¡De repente, un recuerdo muy preciso de mi pequeña habitación de la Schumannstrasse en Berlin, cuando tenía treinta años! ¡Lo cabreado que estuve en aquélla época! Nunca he conocido después una soledad más opresiva.
1835 (Pág. 216 – 8)
Heidegger y Céline…, dos esclavos de su lenguaje, hasta el punto que para ellos liberarse de él equivaldría a desaparecer. Esclavizarse del estilo propio, algo así como entre una necesidad, un juego, y una impostura. ¿Cómo desenredar la parte de cada uno de estos elementos? Se diría que el fenómeno primordial es la necesidad. Es lo que absuelve a los maniáticos de su lenguaje.
1836 (Pág. 216 – 9)
L. Muerto de tuberculósis en 1942 o 1943. Durante la ofensiva alemana de 1940, recuerdo que vino a verme al hotel, a mi habitación donde se encontraban de visita dos estudiantes rumanos, no recuerdo quiénes. Tuve que ausentarme durante media hora. A mi regreso, los estudiantes se habían ido, y quedé a solas con L., que me dijo: “Tus compatriotas son gilipollas…, sí, gilipollas. ¡Les gusta Francia!”
L. tenía tal pánico a ser movilizado que deseaba una derrota rápida. No he conocido por tanto nadie más francés, en el buen sentido del término, que él.
1837 (Pág. 216 – 10) (Pág. 217 – 1)
La pasión por la música es en sí misma una confesión. Nos sentimos más cercanos a un desconocido que se dedica a ella que a cualquiera que le resulte indiferente y que veamos a diario.
1838 (Pág. 217 – 2)
El masoquismo alemán es intolerable. Ayer noche, conferencia de Hans M. Enzensberger. De creerle, sólo los alemanes han cometido crímenes durante la última guerra.
Este pueblo no puede ser más que arrogante o plano, provocador o cobarde.
1839 (Pág. 217 – 3)
Cada uno cree que sólo él persigue la verdad, y que los demás son incapaces de buscarla y no merecen encontrarla.
1840 (Pág. 217 – 4)